lunes, 22 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad

ESE HOMBRE

Era Nochebuena y un hombre caminaba despacio por las calles vacías de la ciudad. Llevaba la cabeza inclinada, el rostro contraído y la mirada perdida. Los villancicos ajenos se convertían en un siniestro eco que le dañaba los oídos. Escuchaba el descorche de las botellas y los brindis de las familias que se creían felices, pero nadie brindaba con él. Las lámparas que iluminaban cada casa no alcanzaban para sacarle de la penumbra. Nadie podría explicarse por qué marchaba solo en una noche de fiesta tan especial. ¿Acaso no tenía una familia con la que celebrar esa noche de paz?
Ese hombre no lloraba su soledad. Ese hombre no estaba desesperado ni quería quitarse la vida, tenía un destino importante que cumplir del que dependía la felicidad de toda la comunidad. No, él no era Santa Claus ni portaba regalos para los demás. Ese hombre era empleado de la compañía eléctrica y estaba de guardia para vigilar que no se cortara la luz en la ciudad. Ese hombre iba maldiciendo a su jefe y jurando ante Dios que no le volverían a pringar en Navidad.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El viaje de los libros

Ya hace quince años que decidí convertirme en escritor; diez, de la publicación de mi primera novela; nueve, desde que gané el primero de los premios literarios; y casi cuatro, desde que abrí mi propia tienda para culminar el proceso de escritor, editor y vendedor.
Ha sido un largo y, en ocasiones, tempestuoso viaje por la carencia de medios y por las dudas sobre mi valía, aunque ahora tengo la impresión de que apenas si he dado unos pocos pasos de largo camino que me queda por recorrer. Unos cuatro mil libros han salido de mi tienda para emprender cada uno de ellos su particular aventura. Algunos habrán pasado por muchas manos, mientras otros permanecerán durante años en una estantería sin que nadie repare en ellos. Me consta que entre todos han viajado mucho más que yo. Sé que aparte de toda España, han llegado hasta países como Francia, Inglaterra, Suiza, República Checa, Italia, Portugal, Rusia, Argentina, Uruguay, Chile, Colombia, Venezuela, Cuba, México, Estados Unidos, Japón y Sudáfrica. Es grato saber que los frutos de mi fantasía han llegado tan lejos, aunque sea a pequeña escala.
Sé que bastantes escritores venden muchos más ejemplares en pocas horas y que sus libros se encuentran en casi todas las ciudades del mundo. Se puede decir que me separa de ellos una distancia abismal, y así se puede entender si se comparan los ingresos o la fama; pero el oficio de escritor es el mismo y contamos con una única herramienta: la palabra. Y cuando un lector me dice que «Y el pirata creó el mar» le ha gustado más que «Los pilares de la tierra»; que «Lágrimas de Yaiza» está entre los tres libros más importantes de su vida; o que al leer «Qal’at rabah» han tenido el deseo de recorrer el Campo de Calatrava para recrear el viaje hecho por los cómicos del siglo XVII, sé que merece la pena lo andado y contemplo con menos miedo las historias en que estoy trabajando y aquellas otras que todavía no he sido capaz de imaginar.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Librerías

Es bastante frecuente que los lectores me pregunten por qué mis libros no se venden en librerías. Yo suelo responder que los llevaré cuando puedan estar en la mismas condiciones que los publicados por las granes editoriales. Tener mi obra en una librería no es difícil, basta con dejar ejemplares en depósito y esperar a que alguien se fije en algún ejemplar que esté rodeado de miles de libros y colocado en un estante casi inaccesible. La inversión que tendría que hacer para llevar mi obra a muchas librerías donde no me conocen no me compensa. Hace tiempo decidí que mi proceso de distribución sería diferente y confiaba en que las librerías aparecieran si hacía bien mi trabajo y mi número de lectores crecía.
Han tenido que pasar varios años y contar con casi cuatro mil volúmenes vendidos para que una librería considere que mis novelas deben compartir espacio con los que más se promocionan, y lo que es más importante, los responsables de la librería conocen a fondo mi obra y a quien pueden recomendarla. Se trata de la librería Birdy en Ciudad Real, donde mis lectores, al igual que cuando me los compran directamente, también se pueden llevar los libros dedicados.
Puede que sólo sea un pequeño progreso, pero hace tiempo comprendí que avanzar despacio y asegurando cada paso que dé es el mejor camino para no dejarme avasallar en este mercado tan cruel donde muchos se han estrellado tras unos comienzos vertiginosos. Es posible que con el tiempo aparezcan otros libreros, agentes literarios o editores que confíen en mi obra, pero yo no puedo esperarlos cruzado de brazos, y tampoco sirvo para mendigar una oportunidad. Prefiero seguir trabajando en aquello que amo y ganarme a los lectores uno a uno.

martes, 16 de diciembre de 2008

Cerrar una novela

Cuando comienzo a escribir una novela, y supero el proceso de provisionalidad que me impone toda historia, establezco una relación muy estrecha con los personajes y hasta me sitúo en el ambiente donde se desarrolla. Durante bastantes meses mi vida va a girar en torno a esa historia y me gusta sentirme liberado de otros compromisos cuando escribo. A veces soy el primer sorprendido por lo que ocurre cuando la novela da giros que no había previsto al principio, y el propio desarrollo de los acontecimientos me obliga a tomar decisiones sobre los personajes. Reconozco que me gusta esta sensación de provisionalidad a la hora de escribir, aunque a veces tengo la sensación de que estoy cabalgando en un caballo salvaje que no soy capaz de domar, y eso puede suponer que me dé un batacazo, o que me pierda y no sepa encontrar el camino correcto.
Cuando percibo que el final de la novela está cerca, la sensación cambia y surge la pereza, como si tuviera miedo de acabar y me fuera a quedar sin historias que contar. Pero llega un día en el que hay que terminar. Eso no supone que la novela esté cerrada, sino que comienza el periodo de revisiones, y por tanto de dudas, lo que supone la antesala del pánico. En ese proceso hago numerosos cambios porque creo que todo lo he hecho mal. Cada cambio que hago me obliga a hacerme nuevas preguntas porque cada alteración conlleva daños colaterales en otra parte de la historia, lo que me obliga a hacer nuevas correcciones para ajustar las incoherencias. Después comienzo otra nueva revisión en la que espero detenerme en los errores gramaticales y en detalles de menos importancia, pero es inevitable que aparezcan nuevas situaciones que considere dignas de ser incluidas porque aportan detalles significativos acerca de los personajes. Raramente doy una historia por cerrada antes de una quinta revisión, y en ocasiones lo hago más por agotamiento que por la certeza de que todo esté bien. Entonces llega el momento de entregarla a alguien que la examine con una mirada diferente y con notables conocimientos gramaticales. Por fortuna cuento con la persona indicada que me corrige los errores y me ofrece soluciones para mejorar el estilo. De todo lo que ella me propone, me quedo con lo que considero que mejora mi trabajo, y en ocasiones me sirve para encontrar una tercera vía.
En teoría esta debería ser la última revisión, pero me gusta hacer una lectura rápida sin analizar el contenido del texto, solo las palabras escritas a la caza de los últimos errores. Entonces llega el momento de entregarla a la imprenta. Tengo que desprenderme definitivamente de ella porque de lo contario corro el riesgo de hacer infinitas revisiones, y porque mi mente ya está ocupada con otras historias. Nunca leo un libro que ya he publicado por miedo a encontrar errores. Prefiero pensar que cada novela se corresponde con un momento determinado de mi vida y que he puesto en ella todo lo que sabía. Su destino dependerá de la opinión de los lectores porque de nada valdrá que yo trate de defenderla.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Gomorra

Acabó de terminar la novela de Roberto Saviano. Supongo que sería más correcto hablar de crónica periodística, aunque espero y deseo que no se trate de la crónica de una muerte anunciada.
Este libro no se puede analizar con criterios literarios porque habría que decir que en su estilo impera la urgencia del que tiene una pistola apuntándole a la cabeza, y no a la sien, sino a los ojos, para que la pueda ver cuando teclea las palabras en el ordenador. No sé en las condiciones que estaría su autor cuando la escribía ni el tiempo que le ha ocupado. Supongo que a menudo pensaría que nadie se atrevería a publicarla, y no sé si llegará a lamentar haberlo hecho porque su éxito he llegado acompañado de la propia condena, al tener que vivir lo que le resta de vida como aquellos a los que denuncia porque el sistema nunca olvida a sus traidores.
En tiempos donde la libertad de expresión en los medios de comunicación está condicionada por los consejos de administración, Saviano ha hecho una demostración de coraje al utilizar la palabra como bisturí para sacar a la luz los terribles tumores que causa la Camorra. Ha abierto los ojos a muchos que éramos ignorantes en el tema, y puede que obligue a girar la cabeza a aquellos que lo sabían y miraban para otro lado.
Creo que también manda un recado a los escritores y a los editores que solo piensan en la literatura de mercado, en aquella que da grandes beneficios en poco tiempo y que tiene el mismo fin que la mayoría de los videojuegos: mantener ocupados a los lectores para que no puedan pensar de una forma autónoma.
Aplaudo el valor de Saviano y su compromiso con la verdad y la palabra escrita. Aludiendo a la cita que hace de Papillón a final de su libro, pienso que la literatura es el grito que debe dar cada autor para sacar lo que tiene dentro antes de que le destruya. Roberto ha lanzado un grito desgarrador que le puede costar la vida, pero es alguien que ha hecho lo que tenía que hacer. Muy pocos podrán decir lo mismo, y no se encuentran en las listas de ventas.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Escribir pensando en los lectores

En la última revista del Círculo de Lectores para promocionar los libros de Ken Follet se incluye una cita del propio autor: «Cuando me siento a escribir pienso en los lectores, en qué puede embrujarles». Si eso es cierto, supondría que el cerebro de este autor de best sellers funciona igual que el de los programadores de televisión, e imagino que contará con un equipo de gente encargado de estudiar las audiencias y los gustos de los lectores. Es posible que con los datos que obtengan se elaboren unas estadísticas para decidir el tema y las situaciones que se deben incluir en su siguiente novela, y cuando todos los ingredientes estén cuidadosamente preparados, el famoso autor pondrá su toque personal, como si fuera un eminente cocinero.
Supongo que esta es una manera de hacer literatura, como lo es de hacer cine, televisión o cualquier otro producto que se pueda fabricar en cadena. Yo no puedo funcionar de esa manera. Para mí cada lector es único y me parece una pérdida de tiempo dedicarme a estudiar lo que le puede gustar a cada uno. Tengo la fortuna de que al vender mis novelas directamente conozco a muchos de mis lectores. Cada uno de ellos es diferente y cada historia la perciben de una manera distinta a como yo la creé, incluso me han descubierto matices en mis textos que para mí pasaron desapercibos. A lo largo de estos años no he recibido dos opiniones que sean iguales, aunque, por fortuna, todos me han alentado para que siga escribiendo porque tengo un estilo de contar las historias que les interesa, a pesar de que algunas novelas les gusten menos que otras, y que para cada uno son diferentes.
Si yo pensara en lo que les puede gustar a los lectores, en pocos días dejaría de escribir, como muy bien cuenta Augusto Monterroso en su hermosa fábula: «El mono que quería ser escritor satírico». Cuando tengo una idea que puedo desarrollar en novela, me olvido completamente de los lectores. Lo único que me importa es encontrar una vía para desarrollar la historia donde pueda contar aquello que deseo. Escribir una novela puede suponer un año de trabajo como mínimo, y no deseo que ese año se convierta en una tortura si escribo algo en lo que no creo y con lo que no disfrto. Necesito reír, llorar y emocionarme cuando escribo. Si al terminar una novela he tenido esas sensaciones hasta el punto de que me dé pena desprenderme de ella, pienso que los lectores pueden sentir algo parecido, aunque no necesariamente cuando yo.
En definitiva, entiendo que escribir una novela es un ejercicio narcisista en el que me nutro de lo que observo a mi alrededor y lo convierto en algo propio, y sólo cuando le he puesto todo lo que llevo dentro empiezo a preguntarme si gustará a los lectores. Para entonces lo único que podré responder si alguien me dice que no le ha gustado será: No he sabido hacerlo mejor, y nunca pondré como excusa que he pretendido escribir algo que guste a la mayoría de los lectores.

sábado, 18 de octubre de 2008

Ética para Fernando Savater

La concesión del premio Planeta a Fernando Savater no ha sorprendido a nadie, como tampoco el nombre de la finalista. El titulo de las novelas poco importa, al fin y al cabo, quién recuerda el título de los libros que han ganado el Planeta. Se venderán muchos miles de ejemplares y se leerán bastantes menos. Se galardona al autor, con la condición de que sea muy conocido y salga regularmente en los medios de comunicación. Quien otorga un premio de seiscientos mil euros tiene que asegurarse unas ventas de seis millones para que el negocio sea rentable, y eso no sería posible con un escritor desconocido, aunque haya escrito una novela mejor que El Quijote o Cien años de soledad.
Al autor de Ética para Amador, además de otros libros filosóficos ampliamente difundidos, no se le puede culpar de haber ganado el Planeta, a lo sumo se le puede acusar de parecer ingenuo y creer que su obra ha sido elegida por un jurado que la ha considerado la mejor entre todas las participantes. Este premio no se gana, se negocia, y es posible que su agente ya se hubiera encargado de ello con la editorial antes de que estuviera acabado el manuscrito. El propio Savater lo admite implícitamente en unas declaraciones al decir que su anterior novela pasó desapercibida y no quería que eso le volviera a ocurrir. A muchos escritores nos ocurre lo mismo, aunque carecemos de los contactos de alguien que conoce a fondo el sentido de la palabra ética, y que en su diccionario debe significar: utilizar todos los recursos disponibles para alcanzar el objetivo.
De todas formas, al ser un galardón que entrega una entidad privada con ánimo de lucro, no se puede cuestionar el procedimiento seguido para la elección. La editorial le da el dinero a quien le apetece, aunque lo camufle tras un premio literario para obtener mayor publicidad y se rodea de un jurado de relumbrón que debe cobrar holgadamente por participar en un paripé.
Como escritor me molesta que se diga que esa novela ha ganado en un concurso donde participan más de quinientos manuscritos, y me duele que haya quinientos incautos que se gasten dinero en hacer fotocopias y enviar sus textos a una pantomima. Reconozco que yo lo hice una vez porque hace años pensaba que era como jugar a la lotería. Luego me di cuenta de que en la lotería están todos los números en el bombo, mientras en el Planeta sólo entran dos o tres. También hay que decir que esto ocurre en otros muchos premios, pero el admitir que existe la cosa nostra en el mundo literario no implica que haya que guardar la omerta.
Enhorabuena a Fernando Savater, espero que su próximo libro se titule: La ética del ganador. Mientras tanto, supongo que algún famoso ya se estará frotando los dedos esperando ganar la próxima edición, aunque es posible que la editorial tenga que dárselo a Ruiz Zafón en vista de que su último libro no ha vendido todos los ejemplares que esperaban y no pueden permitir que su gallina de los huevos de oro entre en declive.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Literatura: ¿Vocación o necesidad?

En literatura, como en otras manifestaciones artísticas, se suele cuestionar si un escritor nace o se hace, como si existiera un don que sólo está al alcance de unos pocos elegidos, o de aquellos que tienen medios para seguir un largo proceso de formación.
Sé que hay mucha gente que comienza a escribir desde que es muy joven y que muy pronto desarrollan la vocación literaria. Algunos de ellos tienen la posibilidad de cultivarla al tiempo que continúan aprendiendo y llegan a desarrollar una carrera profesional. Estos escritores suelen caracterizarse por un buen conocimiento del lenguaje, por conseguir una técnica narrativa depurada, por realizar una labor de documentación muy amplia y por elaborar un plano preciso de la historia antes de escribir el texto definitivo.
Siento decir que yo no soy uno de esos escritores. Durante mi infancia y juventud prefería jugar al baloncesto, me atraía el periodismo deportivo, empecé a practicar la fotografía y me fascinaba el ajedrez. También me gustaba leer, pero en ningún momento me cuestioné la posibilidad de escribir un texto. De hecho, sentía cierta fobia por la lengua y la literatura y nunca aprendí a hacer un comentario de texto. Con estos antecedentes, me decanté por ciencias, aunque mi experiencia universitaria se limitó a matricularme durante un curso en la facultad de económicas, en el que asistí a algunas clases e hice los exámenes con el convencimiento de que los milagros no existen.
Después tuve la fortuna de trabajar como fotógrafo en una productora publicitaria, por lo que pude desarrollar una de mis vocaciones durante doce años, hasta que la literatura se cruzó en mi camino, aunque sería más correcto decir que empecé a prestar atención a las ideas que rondaban por mi mente, y decidí escribirlas en papel como una forma de terapia. Por entonces pensé que a lo sumo podría llegar a escribir algún guión de cine.
Ya han pasado quince años desde que escribí los primeros folios, y supongo que he trabajado a buen ritmo porque ya he terminado nueve novelas, una veintena de obras de teatro, un libro de cuentos y algunos guiones de cine inéditos. En total unas seis mil páginas, cuando durante treinta años fui incapaz de completar un folio
Supongo que tras estos años de dura práctica he aprendido algo sobre el manejo del lenguaje y la técnica narrativa, pero el fin principal que me guía sigue siendo la necesidad de sacar las historias que guardo en mi interior, y al contrario de lo que pensaba, la mente no alberga un número limitado, sino que se trata de un terreno fértil que da su cosecha cuando se siembra. A veces me pregunto cómo se sentirán esos escritores vocacionales que conocen todos los trucos del oficio cuando carezcan de historias que contar.

martes, 7 de octubre de 2008

La caída del muro de Wall Street

Hace diecinueve años cayó el muro de Berlín y el mundo comenzó a cambiar porque no solo suponía el fin del comunismo como régimen político y económico, con contadas excepciones como China, Cuba o Corea del Norte. Muchos creyeron que la victoria del capitalismo supondría el progreso para los estados y sus súbditos. Entonces comenzó el proceso que se conoce como globalización, basado en que el poder económico de las multinacionales y grupos de inversión está por encima de los gobiernos. Todo se regía por la oferta y la demanda y se gestionaba desde Wall Street y otros centros bursátiles, donde los dueños del dinero campaban a sus anchas sin ningún control hasta el punto de trasformar la mal denominada economía de mercado en algo muy parecido al terrorismo económico.
Estos inversores anónimos cuentan con tal fuerza e impunidad que pueden encarecer los productos de primera necesidad a tal nivel que son capaces de decidir el futuro de cientos de miles de trabajadores forzando las quiebras de sus empresas, provocar hambrunas en medio mundo o causar una crisis energética de incalculables dimensiones. Con su dominio de la economía mundial, tienen capacidad para provocar guerras o golpes de estado donde les sea más rentable. Y todo ello sin que existan mecanismos de control de todo ese dinero y hasta se ignore si su procedencia es legal.
Para llegar a esta situación de caos, esos especuladores han contado con la complicidad en los últimos años del gobernante más mediocre e infame que ha conocido la humanidad desde los tiempos de Hitler o Stalin, y del que no merece la pena citar el nombre porque todos lo saben.
Con la debacle que está viviendo Wall Street y todo el sistema capitalista, creo que no es el momento de ser derrotista porque estamos ante un situación histórica en la que los gobiernos de todo el mundo tienen la oportunidad de poner fin a esa opresión, y no creo que la solución consista, tal y como ya se está haciendo, en quitar el dinero a los pobres para dárselo a los ricos y que puedan seguir jugando en la bolsa como si estuvieran en un casino de Las Vegas.
Yo no soy economista, pero creo que estamos ante la ocasión de crear un sistema económico más humano. En una genuina economía de mercado, el comprador y el vendedor se encuentran y saben de lo que están negociando, los empresarios conocen lo que producen y el medio de estimular a sus empleados para que contribuyan al crecimiento de las empresas, y los gobiernos tienen medios de control y autoridad para evitar que se produzcan desmanes como la burbuja inmobiliaria, la falta de confianza en los bancos o el encarecimiento forzado de las materias primas con fin especulador.
Estoy convencido de que hay economistas que conocen los medios para poner fin al caos generado por aquello que se llamó globalización, y que hoy se podría denominar como la dictadura de los inversores, pero es necesario que antes los gobernantes tengan el coraje de enfrentarse a los terroristas de la economía mundial, y me temo que por ahora se trata de una guerra perdida.
Quede claro que esta opinión es de alguien profano en la materia y al que nunca se le ocurría meter sus escasos ahorros en bolsa porque me gusta acudir a los mercadillos para comprar, pero me aterran las sociedades anónimas.

domingo, 5 de octubre de 2008

Autoedición

En bastantes blogs y páginas literarias se habla mucho de autoedición y coedición como las alternativas que tienen los escritores cuando su obra no encuentra el respaldo de las editoriales o no es reconocida con algún premio literario. Habitualmente se habla de ellas como un mal menor, como el último recurso al que acudir para que un texto no quede condenado al olvido.
Puedo hablar de ellas con conocimiento de causa, sobre todo de la autoedición porque de la coedición no me fío. Creo en la mayoría de los casos se juega con la ilusión del escritor haciéndole creer que su obra va a llegar lejos cuando el negocio de estas empresas consiste en captar a los escritores y en publicar los libros a un precio muy superior al real, mientras la distribución se queda en algo residual como es la aparición en alguna web.
Muchos entienden que la autoedición supone la derrota del escritor porque reconoce que no ha sabido encontrar su lugar dentro del mercado literario. Yo pienso lo contrario, y creo que es un camino muy válido para afianzarse como escritor, siempre y cuando se tenga claro que eso no supone el fin de una obra y que sólo se distribuirá entre unos pocos amigos que la comprarán por hacer un favor mientras el resto de los ejemplares permanecerán guardados en cajas en un desván o bajo la cama.
Yo llevo seis libros autoeditados con mi sello Baobab Ediciones, y si cuando edité el primero lo viví como una derrota, con el paso del tiempo me di cuenta de que era necesario hacer algo más. Si confiaba en mi capacidad como escritor e invertía infinidad de horas en ello, debía hacerme responsable de mi obra hasta sus últimas consecuencias y buscarme los medios para hacerla llegar a los lectores como un libro que no tuviera nada que envidiar a cualquiera que haya en el mercado, por muy promocionado que sea.
El fin principal de todo escritor es vivir de su obra y consagrar todo su tiempo a la creación literaria, eligiendo los temas que escribe, el formato y el tiempo que necesita para completar su trabajo antes de publicarlo. Creo que la búsqueda del reconocimiento es algo secundario que llegará si se hace bien el trabajo, y los que escriben pensando en la fama y en grandes ventas casi siempre acabarán estrellados.
Cuando comprendí que mi carrera como escritor no debía encomendarla al azar de que alguna editorial o agente literario confiaran en mi obra, me puse manos a la obra y decidí que debía empezar por contar con un lugar donde pudiera vender mis libros. Hace más de tres años que abrí mi tienda frente al Corral de Comedias de Almagro, una librería consagrada a un solo autor, que al mismo tiempo se convertía en el estudio donde debía seguir escribiendo. Reconozco que al principio tenía muchas dudas y temía que la aventura terminara pronto si los lectores no se interesaban por ese escritor desconocido cuyos libros no se vendían en otras librerías.
Con el paso del tiempo, reconozco que es la mejor decisión que he tomado en mi vida. El encuentro con los lectores ha sido muy alentador y ya cuento con muchos que coleccionan todos mis libros y se interesan por saber cuándo voy a publicar algo nuevo. No he vuelto a mandar un manuscrito a una editorial ni he buscado agente literario, aunque no he renunciado a participar en algunos de los pocos concursos literarios que están limpios, y no me puedo quejar. Lo que he ganado en los premios lo he reinvertido en mi propia empresa, y ya son seis los libros que tengo autoeditados y que vendo en mi tienda junto a aquellos que me han premiado o que he editado por otras vías. Incluso escribo mejor cuando estoy en la tienda que cuando me encuentro en casa porque cuento con una vista privilegiada de la plaza de Almagro.
Puedo decir que ahora vivo de lo que escribo, dispongo de todo el tiempo que necesito para crear, conservo los derechos de todas mis obras de cara a futuras ediciones y publico cuando considero que una obra está lista para ser entregada a los lectores. Durante este tiempo ni un solo lector me ha reprochado por la calidad de mis libros, mientras muchos regresan o me escriben para alentarme a seguir con mi labor. Ellos se han convertido en los auténticos distribuidores de mi obra. No tengo fama y ando justo de dinero, pero puede que sea un privilegiado dentro de un panorama literario muy crispado donde los autores están sometidos a la dictadura de la literatura de mercado que imponen las editoriales más poderosas. Incluso bastantes escritores se han puesto en contacto conmigo para que yo les publique en mi editorial. Es algo que ahora no descarto porque cuento con la imprenta y con un gran diseñador gráfico, pero es necesario que el escritor se comprometa con su obra como yo lo hago con la mía.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Premio Café Gijón de Novela

Hoy se ha fallado el premio Café Gijón de Novela 2008. No es uno de los premios punteros del panorama literario, pero goza de cierto prestigio porque hasta ahora no desprendía el tufo de otros premios de más relumbre, o al menos yo no lo había percibido. Al igual que más de quinientos escritores, en esta edición he participado con una novela, y no puedo decir que fuera merecedora del galardón porque la envíe de forma precipitada, se me acababa el plazo y no tuve tiempo de dejarla como quería. Después de tres revisiones, en las que he corregido errores, he añadido algunos episodios y he eliminado aquellos párrafos que pudieran resultar repetitivos, la he dado por acabada y la he enviado a otros premios que considero serios.
Quiero pensar que la novela ganadora tiene los suficientes méritos para haber ganado el premio, pero tengo infinitas dudas sobre que haya participado en las mismas condiciones que el resto. Es cierto que el jurado ha estado compuesto por prestigiosos escritores, pero también es cierto que los miembros del jurado no suelen leer más de cuatro o cinco novelas, las que les remite el comité de lectura, y que no siempre tienen por qué ser las mejores.
Desde hace algunas ediciones, la novela ganadora es editada por Siruela, y se supone que en entre los lectores que hacen la selección habrá gente de la propia editorial. Casualmente, la escritora mejicana que lo acaba de ganar ya tiene cuatro novelas publicadas por Siruela. Alguien podría decir que soy un malpensado y que puede tratarse de una simple casualidad. Al fin y al cabo había una posibilidad entre más de quinientas a que el ganador tuviera cuatro libros publicados por la editorial convocante, y que, casualmente, también saldrán beneficiados de la promoción que se le dé a la novela ganadora.
Puede que todo sea cuestión de azar, pero lo primero que se aprende cuando uno se acerca al mundo editorial es a ser un malpensado porque casi siempre se acierta. Supongo que borraré el Premio Café Gijón de la lista de los premios donde se juzga la obra antes de abrir la plica. Cada vez quedan menos, pero hay que seguir intentándolo porque de tarde en tarde llega la recompensa, al menos yo he tenido la fortuna de recibirla más de una vez.

sábado, 23 de agosto de 2008

El narrador en la novela

Cuando tengo una idea para escribir una novela, una de las primeras preguntas que me hago: ¿Quién es el que la va a narrar? Creo que es algo esencial para el desarrollo de la historia. En cierto modo, se puede decir que todas las novelas tienen narradores omniscientes porque el autor sabe todo lo que va a ocurrir en ellas y ha creado a cada uno de sus personajes, pero la manera como se trasmita la información al lector es tan importante como la propia historia. Según quien sea el narrador, la novela puede tomar caminos muy diferentes y en ocasiones se puede malograr si no damos con la voz adecuada. De hecho, en alguna de mis novelas he tenido que cambiar de narrador porque la historia no fluía como deseaba. Mis propias novelas sirven como ejemplo de diferentes tipos de narradores.
En la primera de ellas, La futura memoria, partí de un guión de cine previo sobre la amistad de dos funcionarios jubilados y opté por el narrador omnisciente. En Y el pirata creó el mar, el narrador no se considera el auténtico protagonista de la historia porque considera que él se sumó a la aventura que comenzó Francisco Jadraque, aunque a medida que avanza la historia, y por el compromiso que adquiere en la aventura, la importancia del narrador se equipara a la del protagonista. Con 4 hilos para un epitafio, hice varias pruebas que no funcionaban hasta que decidí que las cuatro mujeres protagonistas se convirtieran en las narradoras de la historia desde un mismo punto de partida: la llegada de un creador de marionetas a la plaza de Almagro. Al principio tenía miedo porque pensaba que el ritmo de la historia decaería al repetirse ciertos acontecimientos que eran decisivos para las cuatro, pero luego comprendí que no había otra manera de hacerlo, y la respuesta de los lectores me lo ha confirmado. En el caso de Papel carbón, opté porque el protagonista, un barrendero reconvertido en detective, sea el que cuente su historia, aunque dentro de la novela aparecen las propias fantasías del protagonista narradas en tercera persona, como si se trataran de folletines de novela policiaca que sirven de preámbulo para cada capítulo. Para escribir Lágrimas de Yaiza, tuve que recurrir al narrador omnisciente porque era la única manera de contar la historia y el viaje de dos mujeres muy diferentes manteniendo las dos el mismo protagonismo. Con la narración en paralelo la novela quedaba descompensada. En Qal’at rabah, tenía que contar dos historias que están separadas por cuatro siglos y que tienden a confluir. Para la actual recurrí al narrador omnisciente, pero para la historia de Diego de Calatrava, opté por narrarla en primera persona, a pesar de que se trate de la reescritura que hace Eva de un manuscrito encontrado. En la última novela que he publicado, Olvido 27, el narrador es un objeto. Un pequeño edificio cuenta desde un punto de vista muy particular la historia de los vecinos que lo han habitado desde que fue construido en 1974. Para finalizar, en la novela que he terminado hace poco, y de la que no digo el título al estar participado en algún concurso literario, me ocurrió algo muy curioso. Había optado por una fórmula similar a la de Y el pirata…, y la novela avanzaba con fluidez, pero una noche mientras estaba en la cama escuché la voz de una de las protagonistas que me pedía que la dejara hablar. Le hice caso y tuve que dejar expresarse a dos personajes más. Ahora creo que la novela ha mejorado con esas intervenciones puntuales que cuentan aquello que no podía poner en boca del narrador.
Con todo esto sólo pretendo decir que cada novela debe encontrar la voz o voces que mejor expresen aquello que el autor quiere contar, y no hay una fórmula que funcione mejor que otras.

miércoles, 6 de agosto de 2008

El cementerio de la historias truncadas

Supongo que todos los escritores tenemos un desván en el que acaban las historias que no somos capaces de sacar adelante y que nos negamos a condenar para siempre al olvido porque confiamos en que aparezca una nueva oportunidad. Yo no puedo hablar de un desván, un armario, ni tan siquiera de un baúl. Al menos eso tendría algo de melancólico, en mi caso tengo que hablar de algo tan volátil y poco tangible como los archivos de ordenador que reúno en una carpeta con el nombre de proyectos. A los escritores se les reconoce por las obras que han publicado, pero por cada libro que ve la luz, hay muchos proyectos que se han quedado aparcados. Ideas que parecían muy buenas en su momento, pero que no han sido capaces de llevar hasta el final por circunstancias que sólo el propio autor sabe.
En mi caso, los proyectos inacabados superan a los que he sido capaz de culminar, aunque la mayoría se han quedado en simples esbozos de dos o tres páginas. No en todos los casos puedo hablar de que me haya quedado bloqueado, a veces ha aparecido otra historia en el camino que me ha exigido dedicación completa, y cuando la acabé y trataba de recuperar el proyecto previo, no encontraba la motivación necesaria para seguir escribiendo. La mente es caprichosa y no siempre está dispuesta a seguir el camino que se le indica. Por otra parte, pienso que cada historia se corresponde con un momento de mi vida, y si la dejo aparcada para retomarla más adelante, las condiciones habrán cambiado. Quizás por eso soy tan reticente a escribir una segunda parte sobre alguna de mis novelas. No quiero que una historia con la que he disfrutado se pueda convertir en una molesta obligación que me lleve a odiar a los personajes que tanto me dieron.
También se ha dado el caso de historias que comencé de una manera y han terminado de otra muy diferente, como cuentos que se convirtieron en obras de teatro, o guiones en novela. En mi caso, sólo ha habido una historia que ha pasado varias veces por el cementerio de las historias truncadas y he sido capaz de rescatarla hasta conseguir acabar la novela. Durante ocho años he mantenido una relación con Olvido 27 que ha ido del amor al odio, pasando por el desinterés, la infidelidad o el chantaje, pero al final y como si se tratara de un matrimonio, llegamos juntos hasta el fin, lo que en el caso de un autor y su obra se podría decir: hasta que la publicación nos separe.
A veces me pregunto qué es lo que determina que unas ideas se conviertan en obras literarias mientras otras marchan hacia el desván de las historias truncadas. Supongo que se podría pensar en la calidad, en el destino o en algo parecido al azar. No lo sé, aunque confío en que los personajes sigan siendo generosos y me cuenten bellas historias a las que pueda dar formato de novela, teatro o cuento.

domingo, 3 de agosto de 2008

Escuelas literarias

Cuando me pasaba largas horas leyendo y no me había planteado dedicar mi vida a la literatura, me dejaba atrapar por cada novela y no me preocupaba cómo estuviera escrita o estructurada, sólo quería seguir pasando las páginas sintiéndome en la piel de los protagonistas; pero cuando decidí dar un vuelco a mi vida y trasformar la fotografía en literatura, cambió la manera de situarme ante los libros. La prioridad no era disfrutar de lo que había escrito en ellos, sino saber cómo estaban escritos, conocer el mecanismo que utilizaba el autor para dotar a todas aquellas frases de una estructura sólida, lo que muchos llaman la arquitectura de la novela. Por entonces disponía de unos pocos ladrillos, pero carecía de todo lo demás. Yo no había estudiado filología y mi paso por la universidad había sido testimonial, tanto en Económicas como en Imagen.
Llegué a plantearme la asistencia a una escuela literaria para completar mi formación, pero desistí al no disponer del dinero que necesitaba para matricularme, y poco tiempo después tuve una experiencia decepcionante con una de las principales escuelas. Acababa de terminar el manuscrito de mi primera novela, La futura memoria, cuando supe que una escuela literaria había convocado un premio de novela para escritores noveles. Presenté mi texto con la ilusión de todo primerizo, y varios meses más tarde recibí una carta en la que me hacían una dura crítica de mi obra al tiempo que incluían el boletín de inscripción para el siguiente curso, en el que por la módica cantidad de quinientas mil pesetas, de las de entonces, podría aprender el oficio de escritor.
Entonces me di cuenta de que ese concurso era el cebo del que se servían para captar a aquellos que tuvieran ilusión por escribir y dudas sobre su preparación. Recuerdo que escribí una carta al director del centro en la que contaba que yo no había presentado mi obra a un examen y que había decidido elegir a mis propios maestros, y a ningún profesor de su escuela le otorgaba esa categoría.
Esa fue mi única experiencia con una escuela literaria, y con esto no digo que no puedan ser útiles para ampliar la formación de aquellos que ya tengan la capacidad de inventar historias a través de una mejor utilización de los recursos literarios, pero yo creo que lo esencial no se aprende en las escuelas.
David Mamet, un escritor al que admiro como autor teatral, guionista y director de cine, no tanto como novelista, dice, aludiendo al actor de teatro, que cuando está en escena no debe conocer toda la obra que está representando, sino que debe enfrentarse a la situación que está viviendo en ese momento sin saber lo que va a ocurrir cuando salga del escenario. Él pone un ejemplo diciendo que un boxeador no necesita conocer la historia del boxeo cuando sube al cuadrilátero, lo único importante es evitar que el rival que tiene enfrente le dé un golpe que lo mande a la lona.
Cuando inicio una novela me siento como un boxeador débil que tiene enfrente a un gigante que lo puede derribar al primer error. Creo que con el tiempo, con muchas horas de combate y bastantes golpes recibidos, he aprendido a fajarme y a encontrar huecos en la guardia del rival hasta acabar dominándolo, pero a pesar de haberlo hecho otras veces, cada historia es diferente y el miedo al gigante siempre existe. El día en que deje de tenerlo se habrá acabado mi carrera de escritor porque ya no existirá el reto. Y no sé si esto se aprende en las escuelas.

viernes, 1 de agosto de 2008

El casting en la novela

Al igual que en el cine, en la televisión y en la publicidad se hacen casting para encontrar a los actores o modelos que han de identificarse con un determinado personaje o producto, al escribir una novela también es preciso hacer algo parecido, aunque puede que no sea correcto llamarlo casting. Cuando tengo la idea para una nueva historia tengo que buscar a los personajes que la interpreten, y no basta con recurrir a una tipología determinada de hombres o mujeres, a cada uno de esos personajes hay que crearle una familia, una biografía y hasta un perfil psicológico, aparte de una serie de rasgos que lo hagan fácil de identificar por parte del lector. Por lo general, yo suelo dar pocos datos de las características físicas de mis personajes. Como lector no me gusta que me condicionen con muchos datos acerca de la altura, color de ojos y pelo y complexión física, creo que la fantasía es muy rica y cada lector puede otrogar a los personajes la imagen que le resulte más grata. En varias ocasiones algunos de mis lectores me han hablado de alguno de mis personajes convencidos de que yo los había descrito como ellos me contaban y de nada valía que yo les dijera que no aparecía esa descripción en el texto.
El hecho de ponerme a crear la imagen y la historia de los personajes supone que parto de una idea sólida y la novela va por buen camino, aunque una mala elección de los protagonistas y de los acontecimientos que rodean su vida puede desencadenar que la trama se desinfle rápidamente o que se pierda para siempre. No pienso en todos los personajes que van a aparecer en la novela, sino en los tres o cuatro esenciales. El resto irán apareciendo en función de las decisiones que tome porque me gusta dejar un amplio margen de maniobra en función de lo que vaya surgiendo cuando escriba.
Reconozco que durante ese proceso tengo infinidad de dudas y hago muchos cambios en la situación de los personajes y en las relaciones que mantienen, lo que me ocasiona continuos conflictos, hasta que llega un momento en que encajan con la historia que quiero contar y me aportan datos para seguir avanzando. Entonces llega el momento de obrar en consecuencia con las elecciones que he hecho, y tengo la impresión de que si respeto a los personajes, ellos serán generosos y me permitirán gozar con mi trabajo, porque no hay que olvidar que la literatura, en el fondo, es un juego en el que el escritor no debe ser un tramposo porque los lectores son detectives muy sagaces que terminan desenmascarando a quien no juega limpio.

viernes, 11 de julio de 2008

Escribir de cara al público

Escribir es un acto solitario, y en ocasiones hasta clandestino porque es difícil de compartir antes de que la historia esté terminada. Es necesario estar concentrado sin que nada distraiga, resulta y muy difícil escribir en los ratos libres. No puede ser una actividad que complemente a otras, aunque en muchas ocasiones es necesario realizar otras actividades para obtener recursos para seguir adelante.
En mi caso necesito disponer de mucho tiempo cuando me siento frente al ordenador. Si sólo tuviera una hora me limitaría a revisar lo que llevo escrito y no sería capaz de avanzar. Cuando tengo todo el día por delante, intento empezar añadiendo algo nuevo o continuar con una escena que haya dejado incompleta. Cuando tengo la sensación de que la historia ha crecido, me siento más cómodo y percibo que las ideas fluyen con más claridad. Es el momento de jugar con la mente y explorar nuevos caminos. No es necesario escribir varias páginas seguidas, a veces es suficiente con unas pocas notas para saber que sigo una buena línea. Sé que tengo una novela bien estructurada cuando avanzo con fluidez, cuando la narración y los diálogos de una escena me conducen a la siguiente, como ocurre con una película cuando el montador une dos planos muy diferentes sin que se note, como si fuera algo natural. Esos cambios son los que conceden el ritmo, los que permiten que una historia no decaiga.
Hace tres años que abrí mi tienda en la plaza de Almagro, frente al Corral de Comedias. Entonces pensaba que al encontrarme en un lugar muy bullicioso me resultaría muy difícil concentrarme para escribir. Al principio la sensación era muy extraña porque necesitaba que entrara gente en la tienda para comprar libros y comenzar a amortizar la inversión. Entonces disponía de muchas horas seguidas para escribir, pero me distraía fácilmente y no aparecían tantos compradores como deseaba, lo que me llevaba a pensar que no tenía futuro como escritor. A los dos meses de abrir la tienda me concedieron el Premio Río Manzanares de Novela, lo que tuvo un efecto balsámico, tanto por lo que suponía como reconocimiento, como para tomarme la inversión que había hecho a más largo plazo.
A partir de entonces la tienda se convirtió en un estudio con unas vistas privilegiadas en el que me sentía más cómodo trabajando que en casa, y en el que de vez en cuando recibo la visita de los lectores que coleccionan todo lo que publico o de aquellos que se sorprenden al descubrir a un escritor que edita y vende su obra directamente a los lectores.
Desde que escribo de cara al público, he completado dos novelas y otras tantas obras de teatro y he logrado convertir el bullicio de la plaza de Almagro en una fuente de inspiración. Por ahora puedo seguir manteniendo la tienda y publicando cuando considero que un libro está preparado para seguir su camino lejos de la protección de su autor. Mientras tenga historias que contar y sigan apareciendo lectores que se convierten en amigos, no me asusta continuar con el reto de ser un escritor que está al margen de la industria editorial y de la literatura de mercado.

viernes, 4 de julio de 2008

El vacío

Siempre que termino una novela o una obra de teatro, me quedo vacío. Siento como si me situara al borde del abismo y no hubiera nada a la vista. Algunas veces pienso que se trata de un buen síntoma e interpreto que me dejado todo cuanto sé en cada historia, pero en otras ocasiones tengo la sensación de que no me queda nada más por escribir, que he agotado mi capacidad creativa. La duda es mi principal compañera cuando escribo, y suele ser quisquillosa y poco dada al halago, más bien se parece a un fiscal que continuamente trata de obtener la confesión de culpabilidad por ser un impostor.
Hasta ahora no puedo decir que esta incertidumbre llegue a ser angustiosa, pero me causa bastante inquietud porque durante algún tiempo todo lo veo negativo y las ideas que pasan por mi mente se desmoronan antes de que llegue a profundizar en ellas. Proyectos pendientes, que en su momento aplacé a la espera de encontrar tiempo para desarrollarlos, se convierten en cajas acorazadas que soy incapaz de abrir. Cuanto más trato de encontrar una historia que me saque de la parálisis, más rápidamente me bloqueo. No sé si a los demás escritores les pasará algo parecido, aunque se han dado casos que han conducido hasta el suicidio.
Mi situación no ha llegado a ser tan grave porque siempre ha encontrado una idea que me salvado de la quiebra y que me ha permitido volver a entusiasmarme con el oficio de escritor, aunque cuando atisbo el final de una obra, aparece una pequeña nube en el horizonte que crece lentamente presagiando la tormenta que desencadena el vacío.

sábado, 14 de junio de 2008

Lenguaje sexista

En los últimos días se está hablando mucho del grave desliz de una ministra al utilizar la palabra miembra. Se le ha tratado de dar una gran relevancia política, aunque en ningún documento figura que los ministros hayan de tener una gran riqueza cultural. No debemos olvidar a aquella ministra, y puede que futura candidata a presidenta del gobierno que habló de la famosa bailarina Sara Mago. En este caso se trata de una mujer joven que tiene mucho tiempo por delante para aprender de sus errores a la hora de expresarse en público, y si su gestión política es eficiente no habría que darle mayor importancia.
Yo creo que el lenguaje es el fruto de la sabiduría popular y no ha sido creado por los hombres para demostrar su superioridad, sino por todos aquellos que tenían necesidad de comunicarse con sus semejantes. No creo que yo sea sospechoso de machismo, de hecho pienso que el mundo marcharía mejor si las grandes instituciones políticas, religiosas militares y jurídicas estuvieran gobernadas por mujeres que no pretendieran ser más papistas que el papa. Pienso que el ámbito para luchar contra el machismo está muy lejos del lenguaje y de la gramática de los pueblos. De lo contrario se corre el riesgo de que pueda ser legítimo escribir barbaridades como la siguiente:
Como votante socialisto, siento peno porque una miembra de la gobierna tenga erroras gramaticalas, con la riesga de que la puedan llamar ignoranta, por lo que sería convenienta que repitiera cursa de lenguo y literaturo.

domingo, 25 de mayo de 2008

Un bello anuncio con un mensaje infame

Durante trece años, y antes de dedicarme a la literatura, trabajé en la publicidad. No era un creativo ni un ejecutivo de cuentas. Trabajaba en una productora y mi responsabilidad estaba limitada porque era un pequeño eslabón cuando se hacían las fotos o se rodaban los anuncios. Puede que por esta falta de implicación con el proceso que existe desde que se aprueba una idea hasta que se crea una campaña, desarrollé una conciencia crítica hacia la publicidad y todo lo que implica, hasta el punto de que pocas veces he comprado los productos que anunciaba. Recuerdo que un creativo me dijo durante una cena que su labor consistía en ponerle un bonito papel de regalo a la basura. Entonces pensé que había exagerado, pero pronto me di cuenta de que una de las mejores palabras para definir la publicidad es la hipocresía, porque consiste en fingir cualidades en productos que no las tienen. Supongo que los defensores de esta actividad tan lucrativa pueden encontrar infinidad de argumentos para rebatir un concepto tan simple, pero en este texto no pretendo cuestionar al principal aliado de la globalización y del capitalismo.
En los últimos años veo poco la televisión, por lo que la mayoría de los anuncios me pasan desapercibidos, pero de vez en cuando hay alguno que me llama la atención, y generalmente son aquellos que me provocan sensación de rechazo. Últimamente se está emitiendo uno que me provoca indignación, a pesar de que estéticamente es sublime y de una originalidad incuestionable. En ese anuncio se hace una relación de los grandes logros de la humanidad a través de hermosas imágenes compuestas en el cuerpo humano. Sería un magnífico anuncio para hablar de la igualdad de todos los hombres, de la lucha contra las injusticias o de la eliminación de las fronteras, pero se trata de un anuncio de una multinacional petrolífera con el que pretenden dar a entender su compromiso para defender el medio ambiente y el futuro del planeta. Si yo fuera una persona bien pensada, me alegraría de que una empresa tan poderosa hubiera tomado conciencia de la degradación que sufre el planeta y dedicara sus recursos para revertir el proceso, pero no soy tan ingenuo, y pienso que, para una multinacional tan cuestionada, un lavado de imagen de pocos millones de euros es un precio muy barato por tener licencia para seguir esquilmando el planeta y a los pueblos que tienen la desgracia de habitar junto a sus campos petrolíferos, a lo largo del recorrido de sus oleoductos o en la proximidades de sus complejos petroquímicos. No nos engañemos, estas empresas no son fundaciones benéficas, y su única finalidad es la de obtener beneficios a corto plazo para que sus accionistas obtengan dividendos, y para lograrlo no reparan en medios que a veces se encuentran en el límite de lo legal, pero eso no tiene por qué saberlo la gente.
Una buena campaña publicitaria es infinitamente más útil y rentable que dedicar una parte de los beneficios a la investigación en energías limpias y baratas con las que se les acabaría el chollo. Aunque utilizar en su propio beneficio los grandes logros del hombre a lo largo de los siglos me parece una señal de fascismo económico muy propia de las multinacionales que tienen más poder que muchos gobiernos.

jueves, 22 de mayo de 2008

Olvido 27

Olvido 27 es el título de la novela que publicaré durante el mes de junio. Muchos de mis lectores más fieles me han preguntado bastantes veces por ella porque se trata de un proyecto antiguo que he tardado más de ocho años en completar, y siempre que me preguntaban cuándo la podrían leer, respondía que se trataba de un trabajo muy complejo que me planteaba nuevos retos con cada paso que daba. En muchos momentos pensé que me desbordaba y que no sería capaz de completarlo. Hasta cuatro novelas he escrito desde que decidí trasformar un conjunto de relatos que compartían tiempo y lugar en una novela en la que el narrador es un edificio de provincias, situado en un barrio obrero, que narra la historia de sus ocupantes durante más de treinta años.
Si con el resto de mis novelas he tenido miedo a la hora de publicarlas porque temía que se me hubiera escapado algo o estuvieran llenas de errores, en Olvido 27 se ha trasformado en pánico, porque a las preocupaciones habituales se suma la certeza de que no era capaz de dedicarle más tiempo sin que el placer de escribir se hubiera trasformado en fobia. Había llegado el momento de guardarla para siempre en el cajón del olvido, o de publicarla para que la novela pueda recorrer su propio camino alejada de su creador. Dicen que todos los escritores tienen una obra maldita, en la que ellos ponen más empeño que en el resto de sus libros, pero sus lectores no tienen su misma percepción y llega a convertirse en un texto prescindible de su trayectoria. Yo no sé el destino que le espera a esta novela en la que he invertido miles de horas y donde me he tomado más licencias que en ninguna de mis obras, pero siento que se aleja como un hijo díscolo. Supongo que los lectores que se aventuren a leerla la situarán donde le corresponda estar porque el autor no puede defender a sus criatura cuando su libros se encuentran en la calle.

domingo, 18 de mayo de 2008

Vivir del cuento

Una de las primeras preguntas que hace la gente cuando entra en mi tienda, y se encuentra ante un escritor desconocido que vende su obra, es si es posible vivir de lo que escribo. Suelo responder que no es fácil, pero tampoco es imposible, a pesar de carecer del apoyo de agentes literarios o de editoriales. Ante todo, es necesario tener mucha voluntad para no desfallecer porque es un camino largo y lleno de obstáculos, y la duda sobre la propia capacidad es uno de los principales. No importa el número de novelas que haya escrito ni el reconocimiento obtenido, cuando comienzo una nueva historia la primera sensación es de miedo porque tengo que hipotecar más de un año de trabajo en el que debo dedicar muchas horas del día para acabar completar el manuscrito. A pesar del esfuerzo, esta es la parte más grata del proceso porque disfruto escribiendo. Después llega el proceso de revisión, donde se duda de todo lo escrito y se cree que el texto está lleno de errores. No importa el número de revisiones que se haga, la sensación nunca cambia, aunque llega un momento en el que tengo que cerrar la historia para que se defienda por sí misma frente a los lectores. Cada una de mis obras pertenece a una época de mi vida, y si ahora retomara alguna de mis primeras novelas no la escribiría igual porque mi situación ha cambiado.
Al terminar la redacción de una novela comienza la labor más incómoda y la que en muchos casos genera frustración. Lo habitual es que muchos escritores, aquellos que no tienen agente, quieran enviar una copia de su texto a algunas editoriales de renombre confiando en que su obra sea elegida para su publicación. Al ponerse en contacto con estas editoriales, descubren que la mayoría se niega a recibir los textos no solicitados, en unas pocas los admiten pero no garantizan su lectura y en el mejor de los casos puede que nos concedan el crédito de leer diez páginas antes de destruir el texto. Otra vía pasa por encontrar un agente literario que confíe en nuestra obra y se encargue de facilitarnos el acceso al mercado editorial, pero la experiencia me dice que el proceso es similar al anterior e igual de decepcionante. La tercera vía es la de los concursos literarios, y que considero más fiable que las anteriores, siempre que tengamos en cuenta que es una pérdida de tiempo, papel y dinero presentarse a los concursos con mayor dotación económica porque es un territorio vedado. Por fortuna, existen unos cuantos premios que son fiables y en los que se juzga la obra sin tener en cuenta a quien la haya escrito.
Yo he combinado esta vía con una cuarta, que consiste en ser editor y vendedor de mi propia obra. Cuando acabo una novela la envío a varios premios literarios durante un año, y si durante ese tiempo no obtengo recompensa, procedo a su publicación con mi sello editorial Baobab Ediciones. A corto plazo supone un gasto considerable porque al trabajo realizado durante la creación se debe añadir la inversión realizada con la publicación y la ausencia de canales de distribución. Que nadie espere vender muchos libros en poco tiempo con este método. Hay que armarse de paciencia y buscar recursos alternativos para no caer en la desesperación y abandonar la carrera literaria. Supongo que he tenido algo de fortuna porque en los momentos de crisis he recibido algunos premios, y además del espaldarazo que supone para la labor creativa, han supuesto la inyección de recursos para realizar nuevas publicaciones.
En cuanto a la venta de libros en mi tienda, puedo decir que estoy a punto de publicar el sexto libro con mi sello editorial y he comprobado que en un periodo máximo de cuatro años amortizo la inversión al tiempo que incremento el número de lectores que coleccionan mis libros. Y a todo esto hay que añadir algo muy importante, sigo siendo el titular de los derechos de mis obras, algo a lo que tendría que renunciar durante treinta años si hubiera publicado con otra editorial.
Supongo que por ahora he conseguido vivir del cuento, aunque también del teatro y la novela.

viernes, 9 de mayo de 2008

De lo ordinario a lo extraordinario

Uno de los escritores que más admiro es Billy Wilder. Sé que toda su experiencia literaria se limitó a escribir guiones y siempre compartidos, pero eso no le resta importancia como creador. Entre sus principales cualidades destacan el sentido de ritmo y sus diálogos magistrales. Con su lenguaje directo solía decir que el principal fin de una película consiste en agarrar al espectador de los genitales en las primeras escenas y no soltarlo hasta que se acabara.
Cuando escribo tengo muy presente sus palabras. He leído muchos libros de escritores reconocidos en los que es preciso hacer un gran acopio de voluntad para no dejar abandonada la novela en las primeras páginas, y con otros no he tenido tan buena voluntad ni paciencia y he ocupado mi tiempo en otras actividades menos tediosas.
Yo no soy un escritor conocido y tengo muy claro que los lectores no me concederán el mismo crédito que se permite a los famosos. Mis novelas deben enganchar en las primeras páginas si quiero que los libros no ocupen un lugar perenne en las estanterías de unos pocos. Por otra parte, al ser el editor de la mayoría de mis libros, debo ocuparme en que el negocio no sea ruinoso porque mis recursos son limitados y mantengo la ambición de que mi obra pueda ser una inversión rentable. Eso de ser un escritor maldito no va conmigo. Es un recurso que puede resultar útil en ciertas tertulias literarias, pero no me siento cómodo en ese ambiente. Como editor y vendedor tengo que velar para que el producto que ofrezco esté a la altura de lo que el lector exige, confiando en que los compradores se conviertan en distribuidores de mi obra.
De lo mucho que he aprendido de Billy Wilder, hay una frase que tengo muy presente cada vez que voy a iniciar un nuevo proyecto. Él decía que el que parte de lo ordinario puede llegar a alcanzar lo extraordinario, mientras el que parte de lo extraordinario en la mayoría de las ocasiones termina haciendo algo ordinario. Él demostró en películas magistrales, como Perdición, Días sin huella y El apartamento, que partiendo de situaciones sencillas se puede alcanzar lo sublime. Con frecuencia escucho a gente que me habla de ideas maravillosas para una novela. Escucho lo que me cuentan, pero rara vez encuentro algo interesante con lo que pueda trabajar, aunque en ocasiones, en algún detalle que ellos consideran trivial encuentro una imagen o una idea que me seduce y que me puede guiar en una dirección sugerente. Supongo que cada persona tenemos una manera diferente de percibir la realidad y de servirnos de ella como estímulo de nuestra creatividad. En mi caso, prefiero partir de algo sencillo hacia la caza de lo extraordinario porque es posible que durante el proceso de búsqueda pueda encontrar la recompensa, y porque el proceso de escritura es más gozoso cuando se va sumando que cuando se tiene la sensación de que la historia se desinfla y no está a la altura de lo que imaginábamos al principio.

miércoles, 23 de abril de 2008

Planificación o aventura a la hora de escribir

Muchos escritores son metódicos a la hora de concebir una novela, pueden dedicar meses o años a tomar notas, a hacer esquemas y desglosar escenas hasta tener su obra totalmente estructurada antes de escribir una sola palabra. Cuando saben todo lo que va a ocurrir con la historia comienzan a redactar la novela. Estos escritores suelen contar con un sólido bagaje y disponen de una buena técnica narrativa que les permite mantenerse fieles a su planteamiento.
Yo no trabajo de esa manera, aunque alguna vez lo he intentado, pero no soy capaz de hacerlo. Yo no escribo por vocación literaria, lo hago por la necesidad de sacar lo que llevo adentro antes de que se enquiste. Tardé mucho tiempo en descubrir que la literatura podría suponer una forma de terapia. Cuando aparece la idea para desarrollar una novela, necesito ponerme a jugar con ella para descubrir las posibilidades que me ofrece. Eso supone que en ocasiones pueda tomar decisiones erróneas o me meta en un laberinto sin salida. Algunos proyectos se han quedado encallados y no he sido capaz de sacarlos a flote, y en ocasiones han seguido una vía muy distinta a la que imaginé al principio. Puede que esta forma de trabajar sea más compleja y a la larga exija de mayor esfuerzo para escribir una novela, pero siento que al transitar por sendas desconocidas me encuentro alerta, y hasta me sorprendo con lo que cuentan los personajes. Creo que si todo lo tuviera bajo control perdería la capacidad de emocionarme, y si yo no soy capaz de disfrutar con lo que escribo, difícilmente podrán hacerlo los lectores.
No he cursado estudios de filología, no he asistido a las clases de las escuelas de escritores y dejé a las pocas páginas los libros de creación literaria que consulté. No digo que todo esto no sea útil, pero creo que hay muchas vías de aprendizaje y cada uno debe encontrar la que mejor se ajuste a sus necesidades. Lo esencial es tener una historia que contar y volcarse en ella en cuerpo y alma para llegar hasta el fin. La forma ya aparecerá con el trabajo. Conozco escritores que están más preocupados por el estilo que por el fondo. Yo no pienso como ellos.

martes, 22 de abril de 2008

Escribir una novela

No tengo contacto con muchos escritores, aunque sí lo tengo con gente que tiene vocación literaria y que aspira a escribir una novela, y suele ser habitual el pánico que causa la página en blanco, aunque ahora sea más adecuado decir la pantalla en blanco. Con relativa frecuencia pensamos que una idea que hemos tenido se puede convertir en una obra literaria, aunque en la mayoría de los casos esa idea se esfuma cuando tratamos de escribir las palabras que la expresen. Al leer lo escrito tenemos la sensación de que no se parece en nada a la idea que habíamos tenido previamente. En muchos casos eso basta para abandonar un proyecto, pero en el caso de que se decida persistir surgen nuevas dudas: ¿Cómo desarrollo la historia?, ¿Quiénes van a interpretarla?, ¿Dónde la ubico? ¿La va a contar un narrador o uno de los protagonistas? Las preguntas son infinitas y carecemos de cualquier certeza, y en el caso de que nos decidamos a convertir la historia en una novela aparece una cuestión que puede suponer una losa que nos aplaste: ¿Cuántas horas, días, meses o años estoy dispuesto a dedicar a este proyecto? Para hacer más difícil la decisión, solemos escuchar una voz en nuestro interior que no para de repetir: A nadie le va a interesar lo que tú escribas y no merece la pena dedicar tu tiempo libre a escribir algo por lo que perderás la ilusión antes de terminar. Todo esto y otras cosas más graves me he dicho desde que decidí dedicarme a la literatura, y sin embargo ya he completado nueve novelas en trece años. En otro capítulo intentaré explicar cómo me las arreglo para completar mis novelas sin perder la ilusión por lo que estoy escribiendo, a pesar de que no se trate de un camino exento de obstáculos.

lunes, 21 de abril de 2008

No envidio a Ruiz Zafón

Acabo de leer que en el primer fin de semana se han vendido doscientos treinta mil ejemplares de «El juego del Ángel». No me parece ni bueno ni malo, sólo es la consecuencia de lo que supone una exhaustiva campaña de publicidad. Ruiz Zafón ya no es un escritor, es un fenómeno mediático que tiene detrás una multinacional que debe sacar el máximo partido en el mínimo tiempo a su producto estrella. No puedo hablar de la calidad de la novela porque no la he leído y por ahora no está en mi lista de prioridades.
A todos los escritores nos gusta vender libros porque nuestro futuro depende de que lo que escribamos sea reconocido, pero a veces el éxito desmesurado se puede convertir en una siniestra trampa: cuando el autor vende su alma a un consejo de administración al que sólo le interesan los resultados. Con esto no digo que Ruiz Zafón no sea capaz de crear otras novelas brillantes, pero no creo que cuando escribió «La sombra del viento» se estuviera planteando escribir tres secuelas de la misma historia. Su cuenta bancaria no parará de crecer, todo lo que escriba se venderá con facilidad, y mientras el consejo de administración vea cómo suben sus acciones, le sonreirá el éxito.
La duda que me queda es si volverá a disfrutar escribiendo como lo hacía cuando tenía la incertidumbre del que sumerge en una historia sin saber hasta dónde puede llegar y si conseguirá llegar a los lectores.
No, no envidio a Ruiz Zafón porque tengo el privilegio de escribir sobre lo que me apetece sin tener que cumplir con un plazo de entrega, publico cuando creo que la novela está lista para ser entregada a los que se quieran aventurar a leerla, veo cómo los libros salen lentamente de mi tienda y, con cierta frecuencia, recibo la visita de lectores que se han emocionado y me cuentan lo que les ha aportado la novela. Y por ahora puedo seguir viviendo de lo que escribo.

El faro de Arcadia

Con este nuevo cuaderno de bitácora pretendo contar una experiencia única en el ámbito literario, a la que llevo dando vueltas bastantes años y conseguí concretar hace tres.
Soy escritor, no de los conocidos y promocionados porque he optado por la vía más compleja, la de editar y distribuir mi propia obra, salvo en el caso de que sea galardonada con algún premio, y algunos premios he obtenido. Aunque la mayor recompensa que he logrado ha sido el contacto directo con los lectores que se han aventurado a entrar en mi pequeña tienda situada frente al Corral de Comedias de Almagro. Hay muchos escritores famosos que alardean de conocer a sus lectores, yo sí conozco a la mayoría, y mantengo contacto con muchos de ellos que han decidido coleccionar todos mis libros.
En esta ventana hablaré de lo que supone escribir de cara al público; de cómo nacen las ideas y por qué algunas llegan a trasformarse en una obra literaria mientras otras se pierden para siempre; de las infinitas dudas de toda creación; de lo fácil que es el camino de la euforia a la depresión y viceversa; del pánico a la página o pantalla en blanco, y hasta de aquello que ahora no soy capaz de prever.
¿Por qué el faro de Arcadia? Quizás porque es un símbolo con el que estoy trabajando en una nueva historia. Cuando andaba perdido después de terminar la última novela, y no encontraba ideas interesantes para un nuevo proyecto, descubrí la imagen de un faro en medio del campo dando luz a los que andaban perdidos. En ese faro he encontrado el estímulo para dar un nuevo paso camino de la utopía.