viernes, 14 de noviembre de 2008

Escribir pensando en los lectores

En la última revista del Círculo de Lectores para promocionar los libros de Ken Follet se incluye una cita del propio autor: «Cuando me siento a escribir pienso en los lectores, en qué puede embrujarles». Si eso es cierto, supondría que el cerebro de este autor de best sellers funciona igual que el de los programadores de televisión, e imagino que contará con un equipo de gente encargado de estudiar las audiencias y los gustos de los lectores. Es posible que con los datos que obtengan se elaboren unas estadísticas para decidir el tema y las situaciones que se deben incluir en su siguiente novela, y cuando todos los ingredientes estén cuidadosamente preparados, el famoso autor pondrá su toque personal, como si fuera un eminente cocinero.
Supongo que esta es una manera de hacer literatura, como lo es de hacer cine, televisión o cualquier otro producto que se pueda fabricar en cadena. Yo no puedo funcionar de esa manera. Para mí cada lector es único y me parece una pérdida de tiempo dedicarme a estudiar lo que le puede gustar a cada uno. Tengo la fortuna de que al vender mis novelas directamente conozco a muchos de mis lectores. Cada uno de ellos es diferente y cada historia la perciben de una manera distinta a como yo la creé, incluso me han descubierto matices en mis textos que para mí pasaron desapercibos. A lo largo de estos años no he recibido dos opiniones que sean iguales, aunque, por fortuna, todos me han alentado para que siga escribiendo porque tengo un estilo de contar las historias que les interesa, a pesar de que algunas novelas les gusten menos que otras, y que para cada uno son diferentes.
Si yo pensara en lo que les puede gustar a los lectores, en pocos días dejaría de escribir, como muy bien cuenta Augusto Monterroso en su hermosa fábula: «El mono que quería ser escritor satírico». Cuando tengo una idea que puedo desarrollar en novela, me olvido completamente de los lectores. Lo único que me importa es encontrar una vía para desarrollar la historia donde pueda contar aquello que deseo. Escribir una novela puede suponer un año de trabajo como mínimo, y no deseo que ese año se convierta en una tortura si escribo algo en lo que no creo y con lo que no disfrto. Necesito reír, llorar y emocionarme cuando escribo. Si al terminar una novela he tenido esas sensaciones hasta el punto de que me dé pena desprenderme de ella, pienso que los lectores pueden sentir algo parecido, aunque no necesariamente cuando yo.
En definitiva, entiendo que escribir una novela es un ejercicio narcisista en el que me nutro de lo que observo a mi alrededor y lo convierto en algo propio, y sólo cuando le he puesto todo lo que llevo dentro empiezo a preguntarme si gustará a los lectores. Para entonces lo único que podré responder si alguien me dice que no le ha gustado será: No he sabido hacerlo mejor, y nunca pondré como excusa que he pretendido escribir algo que guste a la mayoría de los lectores.