miércoles, 23 de abril de 2008

Planificación o aventura a la hora de escribir

Muchos escritores son metódicos a la hora de concebir una novela, pueden dedicar meses o años a tomar notas, a hacer esquemas y desglosar escenas hasta tener su obra totalmente estructurada antes de escribir una sola palabra. Cuando saben todo lo que va a ocurrir con la historia comienzan a redactar la novela. Estos escritores suelen contar con un sólido bagaje y disponen de una buena técnica narrativa que les permite mantenerse fieles a su planteamiento.
Yo no trabajo de esa manera, aunque alguna vez lo he intentado, pero no soy capaz de hacerlo. Yo no escribo por vocación literaria, lo hago por la necesidad de sacar lo que llevo adentro antes de que se enquiste. Tardé mucho tiempo en descubrir que la literatura podría suponer una forma de terapia. Cuando aparece la idea para desarrollar una novela, necesito ponerme a jugar con ella para descubrir las posibilidades que me ofrece. Eso supone que en ocasiones pueda tomar decisiones erróneas o me meta en un laberinto sin salida. Algunos proyectos se han quedado encallados y no he sido capaz de sacarlos a flote, y en ocasiones han seguido una vía muy distinta a la que imaginé al principio. Puede que esta forma de trabajar sea más compleja y a la larga exija de mayor esfuerzo para escribir una novela, pero siento que al transitar por sendas desconocidas me encuentro alerta, y hasta me sorprendo con lo que cuentan los personajes. Creo que si todo lo tuviera bajo control perdería la capacidad de emocionarme, y si yo no soy capaz de disfrutar con lo que escribo, difícilmente podrán hacerlo los lectores.
No he cursado estudios de filología, no he asistido a las clases de las escuelas de escritores y dejé a las pocas páginas los libros de creación literaria que consulté. No digo que todo esto no sea útil, pero creo que hay muchas vías de aprendizaje y cada uno debe encontrar la que mejor se ajuste a sus necesidades. Lo esencial es tener una historia que contar y volcarse en ella en cuerpo y alma para llegar hasta el fin. La forma ya aparecerá con el trabajo. Conozco escritores que están más preocupados por el estilo que por el fondo. Yo no pienso como ellos.

martes, 22 de abril de 2008

Escribir una novela

No tengo contacto con muchos escritores, aunque sí lo tengo con gente que tiene vocación literaria y que aspira a escribir una novela, y suele ser habitual el pánico que causa la página en blanco, aunque ahora sea más adecuado decir la pantalla en blanco. Con relativa frecuencia pensamos que una idea que hemos tenido se puede convertir en una obra literaria, aunque en la mayoría de los casos esa idea se esfuma cuando tratamos de escribir las palabras que la expresen. Al leer lo escrito tenemos la sensación de que no se parece en nada a la idea que habíamos tenido previamente. En muchos casos eso basta para abandonar un proyecto, pero en el caso de que se decida persistir surgen nuevas dudas: ¿Cómo desarrollo la historia?, ¿Quiénes van a interpretarla?, ¿Dónde la ubico? ¿La va a contar un narrador o uno de los protagonistas? Las preguntas son infinitas y carecemos de cualquier certeza, y en el caso de que nos decidamos a convertir la historia en una novela aparece una cuestión que puede suponer una losa que nos aplaste: ¿Cuántas horas, días, meses o años estoy dispuesto a dedicar a este proyecto? Para hacer más difícil la decisión, solemos escuchar una voz en nuestro interior que no para de repetir: A nadie le va a interesar lo que tú escribas y no merece la pena dedicar tu tiempo libre a escribir algo por lo que perderás la ilusión antes de terminar. Todo esto y otras cosas más graves me he dicho desde que decidí dedicarme a la literatura, y sin embargo ya he completado nueve novelas en trece años. En otro capítulo intentaré explicar cómo me las arreglo para completar mis novelas sin perder la ilusión por lo que estoy escribiendo, a pesar de que no se trate de un camino exento de obstáculos.

lunes, 21 de abril de 2008

No envidio a Ruiz Zafón

Acabo de leer que en el primer fin de semana se han vendido doscientos treinta mil ejemplares de «El juego del Ángel». No me parece ni bueno ni malo, sólo es la consecuencia de lo que supone una exhaustiva campaña de publicidad. Ruiz Zafón ya no es un escritor, es un fenómeno mediático que tiene detrás una multinacional que debe sacar el máximo partido en el mínimo tiempo a su producto estrella. No puedo hablar de la calidad de la novela porque no la he leído y por ahora no está en mi lista de prioridades.
A todos los escritores nos gusta vender libros porque nuestro futuro depende de que lo que escribamos sea reconocido, pero a veces el éxito desmesurado se puede convertir en una siniestra trampa: cuando el autor vende su alma a un consejo de administración al que sólo le interesan los resultados. Con esto no digo que Ruiz Zafón no sea capaz de crear otras novelas brillantes, pero no creo que cuando escribió «La sombra del viento» se estuviera planteando escribir tres secuelas de la misma historia. Su cuenta bancaria no parará de crecer, todo lo que escriba se venderá con facilidad, y mientras el consejo de administración vea cómo suben sus acciones, le sonreirá el éxito.
La duda que me queda es si volverá a disfrutar escribiendo como lo hacía cuando tenía la incertidumbre del que sumerge en una historia sin saber hasta dónde puede llegar y si conseguirá llegar a los lectores.
No, no envidio a Ruiz Zafón porque tengo el privilegio de escribir sobre lo que me apetece sin tener que cumplir con un plazo de entrega, publico cuando creo que la novela está lista para ser entregada a los que se quieran aventurar a leerla, veo cómo los libros salen lentamente de mi tienda y, con cierta frecuencia, recibo la visita de lectores que se han emocionado y me cuentan lo que les ha aportado la novela. Y por ahora puedo seguir viviendo de lo que escribo.

El faro de Arcadia

Con este nuevo cuaderno de bitácora pretendo contar una experiencia única en el ámbito literario, a la que llevo dando vueltas bastantes años y conseguí concretar hace tres.
Soy escritor, no de los conocidos y promocionados porque he optado por la vía más compleja, la de editar y distribuir mi propia obra, salvo en el caso de que sea galardonada con algún premio, y algunos premios he obtenido. Aunque la mayor recompensa que he logrado ha sido el contacto directo con los lectores que se han aventurado a entrar en mi pequeña tienda situada frente al Corral de Comedias de Almagro. Hay muchos escritores famosos que alardean de conocer a sus lectores, yo sí conozco a la mayoría, y mantengo contacto con muchos de ellos que han decidido coleccionar todos mis libros.
En esta ventana hablaré de lo que supone escribir de cara al público; de cómo nacen las ideas y por qué algunas llegan a trasformarse en una obra literaria mientras otras se pierden para siempre; de las infinitas dudas de toda creación; de lo fácil que es el camino de la euforia a la depresión y viceversa; del pánico a la página o pantalla en blanco, y hasta de aquello que ahora no soy capaz de prever.
¿Por qué el faro de Arcadia? Quizás porque es un símbolo con el que estoy trabajando en una nueva historia. Cuando andaba perdido después de terminar la última novela, y no encontraba ideas interesantes para un nuevo proyecto, descubrí la imagen de un faro en medio del campo dando luz a los que andaban perdidos. En ese faro he encontrado el estímulo para dar un nuevo paso camino de la utopía.