viernes, 11 de julio de 2008

Escribir de cara al público

Escribir es un acto solitario, y en ocasiones hasta clandestino porque es difícil de compartir antes de que la historia esté terminada. Es necesario estar concentrado sin que nada distraiga, resulta y muy difícil escribir en los ratos libres. No puede ser una actividad que complemente a otras, aunque en muchas ocasiones es necesario realizar otras actividades para obtener recursos para seguir adelante.
En mi caso necesito disponer de mucho tiempo cuando me siento frente al ordenador. Si sólo tuviera una hora me limitaría a revisar lo que llevo escrito y no sería capaz de avanzar. Cuando tengo todo el día por delante, intento empezar añadiendo algo nuevo o continuar con una escena que haya dejado incompleta. Cuando tengo la sensación de que la historia ha crecido, me siento más cómodo y percibo que las ideas fluyen con más claridad. Es el momento de jugar con la mente y explorar nuevos caminos. No es necesario escribir varias páginas seguidas, a veces es suficiente con unas pocas notas para saber que sigo una buena línea. Sé que tengo una novela bien estructurada cuando avanzo con fluidez, cuando la narración y los diálogos de una escena me conducen a la siguiente, como ocurre con una película cuando el montador une dos planos muy diferentes sin que se note, como si fuera algo natural. Esos cambios son los que conceden el ritmo, los que permiten que una historia no decaiga.
Hace tres años que abrí mi tienda en la plaza de Almagro, frente al Corral de Comedias. Entonces pensaba que al encontrarme en un lugar muy bullicioso me resultaría muy difícil concentrarme para escribir. Al principio la sensación era muy extraña porque necesitaba que entrara gente en la tienda para comprar libros y comenzar a amortizar la inversión. Entonces disponía de muchas horas seguidas para escribir, pero me distraía fácilmente y no aparecían tantos compradores como deseaba, lo que me llevaba a pensar que no tenía futuro como escritor. A los dos meses de abrir la tienda me concedieron el Premio Río Manzanares de Novela, lo que tuvo un efecto balsámico, tanto por lo que suponía como reconocimiento, como para tomarme la inversión que había hecho a más largo plazo.
A partir de entonces la tienda se convirtió en un estudio con unas vistas privilegiadas en el que me sentía más cómodo trabajando que en casa, y en el que de vez en cuando recibo la visita de los lectores que coleccionan todo lo que publico o de aquellos que se sorprenden al descubrir a un escritor que edita y vende su obra directamente a los lectores.
Desde que escribo de cara al público, he completado dos novelas y otras tantas obras de teatro y he logrado convertir el bullicio de la plaza de Almagro en una fuente de inspiración. Por ahora puedo seguir manteniendo la tienda y publicando cuando considero que un libro está preparado para seguir su camino lejos de la protección de su autor. Mientras tenga historias que contar y sigan apareciendo lectores que se convierten en amigos, no me asusta continuar con el reto de ser un escritor que está al margen de la industria editorial y de la literatura de mercado.

viernes, 4 de julio de 2008

El vacío

Siempre que termino una novela o una obra de teatro, me quedo vacío. Siento como si me situara al borde del abismo y no hubiera nada a la vista. Algunas veces pienso que se trata de un buen síntoma e interpreto que me dejado todo cuanto sé en cada historia, pero en otras ocasiones tengo la sensación de que no me queda nada más por escribir, que he agotado mi capacidad creativa. La duda es mi principal compañera cuando escribo, y suele ser quisquillosa y poco dada al halago, más bien se parece a un fiscal que continuamente trata de obtener la confesión de culpabilidad por ser un impostor.
Hasta ahora no puedo decir que esta incertidumbre llegue a ser angustiosa, pero me causa bastante inquietud porque durante algún tiempo todo lo veo negativo y las ideas que pasan por mi mente se desmoronan antes de que llegue a profundizar en ellas. Proyectos pendientes, que en su momento aplacé a la espera de encontrar tiempo para desarrollarlos, se convierten en cajas acorazadas que soy incapaz de abrir. Cuanto más trato de encontrar una historia que me saque de la parálisis, más rápidamente me bloqueo. No sé si a los demás escritores les pasará algo parecido, aunque se han dado casos que han conducido hasta el suicidio.
Mi situación no ha llegado a ser tan grave porque siempre ha encontrado una idea que me salvado de la quiebra y que me ha permitido volver a entusiasmarme con el oficio de escritor, aunque cuando atisbo el final de una obra, aparece una pequeña nube en el horizonte que crece lentamente presagiando la tormenta que desencadena el vacío.