jueves, 3 de diciembre de 2009

El ejemplo de los obispos para combatir el cambio climático

A efectos estadísticos soy católico porque aparezco en los archivos de la Iglesia al estar bautizado y hacer la comunión, algo a lo que no pude negarme. Hace treinta y cuatro años que comulgué por última vez. Recuerdo que fue durante el funeral que se hizo a Franco en el colegio donde estaba interno. Al tomar la comunión me atraganté y pasé muy mal rato. Incluso llegué a pensar que el Señor me había castigado por no haberme confesado previamente. Aquel día, el jefe de estudios estaba pendiente de todos los que no comulgaban y yo no quería que me tomaran por un antipatriota, así que recé dos padrenuestros y me puse en la cola.
Desde entonces no he sentido la necesidad de volver a comulgar y sigo sin entender para qué sirve la religión, aparte de ser el origen de la mayoría de conflictos humanos y para que los pobres no se rebelen contra sus penurias al pensar que en otra vida serán recompensados.
Con la recomendación que han hecho los obispos de negar la comunión a los católicos que apoyen la ley del aborto, me dan ganas de volver a pisar una iglesia y ponerme a la cola por el mero hecho de sentirme excomulgado por aquellos que no me consideran digno de tener los mismos privilegios que Franco o Pinochet, entre otros grandes defensores de los derechos humanos.
A los notables del clero no les gusta que las mujeres sean libres de elegir su destino, y pregonan la abstinencia como único medio válido para no tener hijos, algo que ellos llevan haciendo desde hace siglos con excelentes resultados porque hasta le fecha no se ha dado el caso de que un solo obispo se haya visto en la terrible tesitura de abortar. Ellos conocen como nadie el alma humana y tienen la receta para solucionar todos los males que nos azotan. De hecho, la principal amenaza que nos afecta globalmente es el cambio climático, y es bien sabido por todos que la forma de combatirlo no es tanto disminuir la emisión de CO2 como limitar la superpoblación humana y la propia ambición de los hombres al considerar que todo lo que hay en el planeta ha sido creado para su disfrute.
El método de los obispos no es útil para limitar la emisión de gases, pero sería maravilloso para salvar el planeta de la plaga más devastadora que ha conocido. Si todos los humanos nos sintiéramos obispos y practicáramos la abstinencia, bastaría con muy pocos años para que las heridas del planeta se sanaran.
Supongo que no faltará quien considere este post absurdo y estúpido, exactamente lo mismo que piensa cualquier persona lógica cuando trata de analizar algo tan incomprensible y desfasado como la religión.