sábado, 23 de enero de 2010

Enero en Almagro

Enero es un mes complicado cuando se tiene un negocio vinculado al turismo en Almagro porque apenas hay movimiento en la ciudad. De hecho, la mayoría de los días ni siquiera abro mi tienda, y cuando lo hago no se debe a que espere compradores, sino a que me he acostumbrado a escribir en la tienda porque aprovecho mucho mejor el tiempo que en casa al imponerme un horario de trabajo, aparte de que siempre es grato contemplar la plaza de Almagro desde los ventanales de mi tienda.
Ya he dicho varias veces que los que nos dedicamos a las labores artísticas, y vamos por libre, pasamos con mucha velocidad de la depresión a la euforia o viceversa. Tan pronto te sientes abatido porque consideras que tu obra no le interesa a nadie, como te sientes el más grande cuando recibes un elogio.
El otro día estaba revisando mi última novela, con todo el miedo que ello supone, cuando entró un matrimonio de jubilados catalanes en la tienda. Me dijeron que en un viaje anterior habían pasado por mi tienda y me compraron Lágrimas de Yaiza, y habían decidió aprovechar un viaje a Andalucía para desviarse de su ruta y hacerme una visita para comprarme más libros. La señora reconoció que mi libro lo había leído dos veces porque le había encantado, y desde entonces había comenzado bastantes de los más conocidos, pero casi todos los había dejado porque no le interesaban.
Cuando se marcharon me sentía más animado porque el aliento de los lectores es el mejor antidepresivo. Es curioso, pero la opinión que más he escuchado es que mis libros enganchan y no pueden dejarlos porque se sienten intrigados por la historia. Otro me reconoció hace poco que no creía haber leído más de tres libros del mismo autor, y sin embargo se había leído diez míos y esperaba impaciente a que sacara el siguiente. Y al menos conozco otros diez que habían perdido la ilusión por leer novela y coleccionan mis libros, hasta el punto de que a algunos les tengo que dejar el texto antes de publicarlo.
Sé que no es bueno fiarme de la opinión de los lectores porque existe el riesgo de creer que lo que se hago es importante, pero los días de enero son fríos y solitarios, y el miedo a quedarse en el camino es un compañero habitual del creador. Como si se tratara de una maratón, cualquier estímulo puede ser bueno para seguir avanzando cuando sientes que las fuerzas flaquean porque no faltan aquellos que intentan ponerte zancadillas, y por lo general son los mismos que no conocen tu obra.

martes, 5 de enero de 2010

15 años persiguiendo sueños

El comienzo de cada año suele ser un buen momento para la reflexión y para hacer propósito de enmienda sobre los errores cometidos. Este año se cumplen quince desde que decidí que iba a vivir de mi fantasía. Como la mayoría de las decisiones trascendentes de la vida, no se surgió de una profunda reflexión, sino de un gran fracaso. Los responsables de la productora publicitaria que yo había contribuido a crear y en la que llevaba doce años trabajando decidieron prescindir de mis servicios porque en la nueva línea que iban a seguir no había sitio para mí (nunca supe en qué consistía esa línea porque un año después los delirios de grandeza les condujeron a la quiebra). El caso es que me quedaba en la calle, sin cobrar el paro porque era autónomo y carecía de coraje para entablar un pleito, y sin tener ánimo por buscar otra oportunidad porque odiaba la publicidad, a pesar de que fuera un trabajo cómodo, bien pagado y en el que pasé muy buenos ratos, pero la falsedad siempre estaba presente.
¿Qué es lo que provoca que un fotógrafo que ha sido echado de su trabajo, que tiene la autoestima por los suelos y que carece de recursos económicos, decida jugárselo todo para convertirse en escritor? Ante esta pregunta solo hay una respuesta: el deseo de huir de la realidad porque no tenía nada en lo que basarme para creer que mis historias podrían llegar a interesar a las editoriales o a los lectores. De hecho, no contemplaba la posibilidad de escribir novela. Por entonces la única experiencia literaria era la escritura de guiones de cine, que había comenzado dos años antes como si fuera un juego. Había escrito seis guiones en los muchos ratos libres que me dejaba mi trabajo, pero las productoras que había visitado no me permitieron ni que los entregara para su lectura, y tal y como estaba el panorama cinematográfico nacional resultaba una utopía encontrar un hueco, y menos aún cuando en mi currículum no podía incluir un título universitario ni cursos especializados en guiones.
Una de mis principales cualidades, que también incluyo en la categoría de defectos, es la terquedad, y si otros conseguían vivir de las historias que inventaban yo no iba a ser menos, sobre todo cuando se trataba de única actividad en la que disfrutaba, a pesar de que mis carencias gramaticales me llegaron a desesperar en ciertos momentos.
Recuerdo que pasé cerca de dos años malviviendo con los ahorros que me quedaban en un cuchitril oscuro y muy frío mientras pensaba que estaba haciendo una locura cuando debería estar en la calle buscando un trabajo. Todo el día estaba pegado al ordenador escribiendo, al tiempo que estudiaba libros de gramática y de ortografía. Entonces fue cuando decidí convertir uno de mis guiones en novela para saber si yo tenía capacidad para dedicarme a la narrativa. Después llegó mi traslado a Almagro y comencé a ver la luz al final del túnel, aparte de que me sirvió para meterme en el teatro.
Pasaron cuatro años hasta que en 1999 gané mi primer dinero como escritor al obtener un premio de teatro. Las quinientas mil pesetas que cobré entonces no solo me vinieron muy bien salir de apuros durante algún tiempo, sobre todo me sirvieron para confirmar que era posible vivir de la fantasía.
Desde entonces he escrito doce novelas (una en fase de revisión), veinte obras de teatro y un libro de cuentos, aparte de otros textos menores, y varias de mis obras han obtenido premios literarios de cierto prestigio. Si en el año 95 alguien le hubiera dicho a un deprimido fotógrafo en paro que iba a hacer todo esto y sin ayuda de editoriales o agentes literarios, lo hubiera tomado por una absurda quimera.
A lo largo de este proceso creo que he aprendido unas cuantas cosas, y la principal de ellas es que no existe una meta que sirva de recompensa por el trabajo realizado, el auténtico premio consiste en dedicar la vida a aquello que se ama. Algunos de mis lectores me han dicho que les gustan mis novelas porque los protagonistas persiguen sus sueños hasta sus últimas consecuencias y que el destino suele ser generoso con ellos.
Ya llevo quince años persiguiendo los sueños y confío en seguir haciéndolo durante bastantes más gracias a aquellos que se han aventurado a leer mis libros eligiéndolos entre miles que cuentan con mucha más promoción. Por fortuna no me faltan historias que contar, tengo un mayor conocimiento del medio y todavía me sorprendo cuando escribo algo que no pensaba que pudiera estar en mi mente.