viernes, 4 de julio de 2008

El vacío

Siempre que termino una novela o una obra de teatro, me quedo vacío. Siento como si me situara al borde del abismo y no hubiera nada a la vista. Algunas veces pienso que se trata de un buen síntoma e interpreto que me dejado todo cuanto sé en cada historia, pero en otras ocasiones tengo la sensación de que no me queda nada más por escribir, que he agotado mi capacidad creativa. La duda es mi principal compañera cuando escribo, y suele ser quisquillosa y poco dada al halago, más bien se parece a un fiscal que continuamente trata de obtener la confesión de culpabilidad por ser un impostor.
Hasta ahora no puedo decir que esta incertidumbre llegue a ser angustiosa, pero me causa bastante inquietud porque durante algún tiempo todo lo veo negativo y las ideas que pasan por mi mente se desmoronan antes de que llegue a profundizar en ellas. Proyectos pendientes, que en su momento aplacé a la espera de encontrar tiempo para desarrollarlos, se convierten en cajas acorazadas que soy incapaz de abrir. Cuanto más trato de encontrar una historia que me saque de la parálisis, más rápidamente me bloqueo. No sé si a los demás escritores les pasará algo parecido, aunque se han dado casos que han conducido hasta el suicidio.
Mi situación no ha llegado a ser tan grave porque siempre ha encontrado una idea que me salvado de la quiebra y que me ha permitido volver a entusiasmarme con el oficio de escritor, aunque cuando atisbo el final de una obra, aparece una pequeña nube en el horizonte que crece lentamente presagiando la tormenta que desencadena el vacío.

No hay comentarios: