viernes, 9 de mayo de 2008

De lo ordinario a lo extraordinario

Uno de los escritores que más admiro es Billy Wilder. Sé que toda su experiencia literaria se limitó a escribir guiones y siempre compartidos, pero eso no le resta importancia como creador. Entre sus principales cualidades destacan el sentido de ritmo y sus diálogos magistrales. Con su lenguaje directo solía decir que el principal fin de una película consiste en agarrar al espectador de los genitales en las primeras escenas y no soltarlo hasta que se acabara.
Cuando escribo tengo muy presente sus palabras. He leído muchos libros de escritores reconocidos en los que es preciso hacer un gran acopio de voluntad para no dejar abandonada la novela en las primeras páginas, y con otros no he tenido tan buena voluntad ni paciencia y he ocupado mi tiempo en otras actividades menos tediosas.
Yo no soy un escritor conocido y tengo muy claro que los lectores no me concederán el mismo crédito que se permite a los famosos. Mis novelas deben enganchar en las primeras páginas si quiero que los libros no ocupen un lugar perenne en las estanterías de unos pocos. Por otra parte, al ser el editor de la mayoría de mis libros, debo ocuparme en que el negocio no sea ruinoso porque mis recursos son limitados y mantengo la ambición de que mi obra pueda ser una inversión rentable. Eso de ser un escritor maldito no va conmigo. Es un recurso que puede resultar útil en ciertas tertulias literarias, pero no me siento cómodo en ese ambiente. Como editor y vendedor tengo que velar para que el producto que ofrezco esté a la altura de lo que el lector exige, confiando en que los compradores se conviertan en distribuidores de mi obra.
De lo mucho que he aprendido de Billy Wilder, hay una frase que tengo muy presente cada vez que voy a iniciar un nuevo proyecto. Él decía que el que parte de lo ordinario puede llegar a alcanzar lo extraordinario, mientras el que parte de lo extraordinario en la mayoría de las ocasiones termina haciendo algo ordinario. Él demostró en películas magistrales, como Perdición, Días sin huella y El apartamento, que partiendo de situaciones sencillas se puede alcanzar lo sublime. Con frecuencia escucho a gente que me habla de ideas maravillosas para una novela. Escucho lo que me cuentan, pero rara vez encuentro algo interesante con lo que pueda trabajar, aunque en ocasiones, en algún detalle que ellos consideran trivial encuentro una imagen o una idea que me seduce y que me puede guiar en una dirección sugerente. Supongo que cada persona tenemos una manera diferente de percibir la realidad y de servirnos de ella como estímulo de nuestra creatividad. En mi caso, prefiero partir de algo sencillo hacia la caza de lo extraordinario porque es posible que durante el proceso de búsqueda pueda encontrar la recompensa, y porque el proceso de escritura es más gozoso cuando se va sumando que cuando se tiene la sensación de que la historia se desinfla y no está a la altura de lo que imaginábamos al principio.

No hay comentarios: