jueves, 5 de febrero de 2009

El derecho a una vida y a una muerte dignas

La iglesia católica siempre ha mantenido una difícil relación con la ciencia, y a lo largo de la historia hay infinidad de casos que lo demuestran. También tiene un concepto muy particular de la vida, en el que el individuo no es libre de elegir, todo lo que haga tiene que obedecer la ley de un Dios que el clero ha creado a su imagen y semejanza, un Dios vengativo, intransigente y aficionado al fuego, aunque lo llaman amor de Dios. Tampoco ha tenido muy buena relación con la democracia porque entienden que el pueblo es voluble; sin embargo, ha estado muy unida a cualquier tipo de fascismo, quizás porque los dictadores suelen temer a Dios y aceptan de buen grado los consejos del Vaticano. A la iglesia católica no le gustan los preservativos, los anticonceptivos, la educación laica, la investigación con células que pueden salvar la vida de muchos enfermos, el aborto o el derecho del individuo a tener una vida digna en la que pueda elegir el final una vez perdida la esperanza. Todo eso, y muchas otras cosas no pueden ser incluidas en eso que llaman el libre albedrío.
Sin embargo, hay ocasiones en que no solo aceptan los avances científicos, sino que se obcecan con ellos hasta utilizarlos como máquinas para torturar. Se ve que la Inquisición sigue sin estar superada. Aquellas máquinas que sirven para prolongar la vida de las personas las reciben con agrado, y en verdad todos tenemos que celebrar esos avances científicos que aumentan la calidad de vida y en muchas ocasiones la devuelven a personas condenadas a morir, pero llega un momento en determinados casos en que esas máquinas pierden su razón de ser y se trasforman en sofisticados medios de tortura que prolongan artificialmente los latidos del corazón de un cuerpo inerte que en su día fue persona, y eso no tiene nada que ver con la vida.
Yo, al igual que mucha gente, estoy harto de que la iglesia católica se erija en la portavoz del bien y de la vida cuando tiene tantos precedentes por los que esconder la cabeza y callar. Al Vaticano más le valdría velar por la vida de los inmigrantes que sí desean seguir viviendo y que están siendo avasallados en Italia y en muchos otros lugares ante su silencio cómplice. No es digno, no es ético, ni es compresible que se prohíba una muerte digna a los que no les queda ninguna esperanza, mientras se justifica la muerte de millones de personas que sí quieren vivir y a los que podrían salvar.

2 comentarios:

BLQ dijo...

firmo este magnífico post, yo hoy también quería escribir sobre ello, pues me parece horrible.

la hipocrésia de no aceptar las células madre para salvar vidas y, sin embargo, si aceptar una máquina que prolonga la vida artificialmente, solo puede darse en mentes obtusas y desbariadas, es decir, aquellos que habitan en el Vaticano.

saludos

Anónimo dijo...

El avance de la ciencia siempre ha traído discusiones éticas.
Supongo que solo sus padres deberían decidir.
Besos