martes, 16 de diciembre de 2008

Cerrar una novela

Cuando comienzo a escribir una novela, y supero el proceso de provisionalidad que me impone toda historia, establezco una relación muy estrecha con los personajes y hasta me sitúo en el ambiente donde se desarrolla. Durante bastantes meses mi vida va a girar en torno a esa historia y me gusta sentirme liberado de otros compromisos cuando escribo. A veces soy el primer sorprendido por lo que ocurre cuando la novela da giros que no había previsto al principio, y el propio desarrollo de los acontecimientos me obliga a tomar decisiones sobre los personajes. Reconozco que me gusta esta sensación de provisionalidad a la hora de escribir, aunque a veces tengo la sensación de que estoy cabalgando en un caballo salvaje que no soy capaz de domar, y eso puede suponer que me dé un batacazo, o que me pierda y no sepa encontrar el camino correcto.
Cuando percibo que el final de la novela está cerca, la sensación cambia y surge la pereza, como si tuviera miedo de acabar y me fuera a quedar sin historias que contar. Pero llega un día en el que hay que terminar. Eso no supone que la novela esté cerrada, sino que comienza el periodo de revisiones, y por tanto de dudas, lo que supone la antesala del pánico. En ese proceso hago numerosos cambios porque creo que todo lo he hecho mal. Cada cambio que hago me obliga a hacerme nuevas preguntas porque cada alteración conlleva daños colaterales en otra parte de la historia, lo que me obliga a hacer nuevas correcciones para ajustar las incoherencias. Después comienzo otra nueva revisión en la que espero detenerme en los errores gramaticales y en detalles de menos importancia, pero es inevitable que aparezcan nuevas situaciones que considere dignas de ser incluidas porque aportan detalles significativos acerca de los personajes. Raramente doy una historia por cerrada antes de una quinta revisión, y en ocasiones lo hago más por agotamiento que por la certeza de que todo esté bien. Entonces llega el momento de entregarla a alguien que la examine con una mirada diferente y con notables conocimientos gramaticales. Por fortuna cuento con la persona indicada que me corrige los errores y me ofrece soluciones para mejorar el estilo. De todo lo que ella me propone, me quedo con lo que considero que mejora mi trabajo, y en ocasiones me sirve para encontrar una tercera vía.
En teoría esta debería ser la última revisión, pero me gusta hacer una lectura rápida sin analizar el contenido del texto, solo las palabras escritas a la caza de los últimos errores. Entonces llega el momento de entregarla a la imprenta. Tengo que desprenderme definitivamente de ella porque de lo contario corro el riesgo de hacer infinitas revisiones, y porque mi mente ya está ocupada con otras historias. Nunca leo un libro que ya he publicado por miedo a encontrar errores. Prefiero pensar que cada novela se corresponde con un momento determinado de mi vida y que he puesto en ella todo lo que sabía. Su destino dependerá de la opinión de los lectores porque de nada valdrá que yo trate de defenderla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuánto trabajo en ese proceso creativo. A mí me gusta escribir versos, porque llegan hasta mí solos y se van solos.
Bss