martes, 14 de julio de 2009

Graznarín el Trovador


Las aventuras del ilustre caballero Graznarín el Trovador y de su escudero pendenciero, fue mi tercera novela, aunque cuando comencé a escribirla no la concebí como novela. La escribí entre el otoño del 96 y la primavera del 97. Era una época en la que me encontraba en el paro tras pasar trece años como fotógrafo publicitario en una productora que dejó de confiar en mi trabajo. Entonces intentaba abrirme camino como escritor, y quería centrarme en los guiones de cine al considerar que la novela era un reto demasiado grande para alguien que nunca había tenido vocación literaria.
Recuerdo que fui a Almagro para pasar unos días en casa de unos amigos actores durante el festival de teatro clásico. Mis anfitriones colaboraban con una emisora de radio y se habían propuesto hacerle una entrevista al nuevo presidente del gobierno que acudió a Almagro para inaugurar el festival, pero no pudieron acercarse a él a causa de las férreas medidas de seguridad. Entonces les propuse escribir una entrevista con un hipotético presidente y su ministra de cultura. En su casa tenía a mi disposición a dos actrices y dos actores para grabar sobre la marcha lo que iba escribiendo con mi ilegible caligrafía en las hojas de un cuaderno. En menos de una hora estaba el trabajo hecho. Cuando se emitió al día siguiente, se bloqueó la centralita de la emisora. A algunos les había encantado mientras otros nos llamaban sinvergüenzas, pero la esperpéntica entrevista tuvo que emitirse varias veces.
Después de aquella experiencia, comencé a plantearme escribir una sátira política sobre el vertiginoso ascenso de un joven aspirante a político que llega a cumplir su sueño de ser presidente de gobierno. Durante varios meses trabajé en la historia. Luego la mandé a varias editoriales y no me respondieron. Finalmente, la dejé aparcada porque otros proyectos me parecían prioritarios. Con el cambio de panorama político pensé que la historia perdía su sentido, pero a veces la realidad acaba siendo más esperpéntica que la ficción, y trece años después de escribirla he decidido publicarla. Podría haberle añadido nuevos capítulos o reformar lo que había escrito, pero no he querido hacerlo porque no lo habría hecho con el mismo entusiasmo que la escribí en su momento.
Ahora ofrezco a mis lectores esta moderna novela de caballerías, escrita con un lenguaje un tanto barroco, sabiendo que se van a encontrar ante algo inclasificable y muy diferente al resto de mi obra. Confío en que aquellos que se atrevan a leerla se rían con esta mirada sarcástica y nada fidedigna a un periodo muy peculiar de la historia de España.

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