martes, 27 de enero de 2009

La aventura en la novela

Hoy no pretendo hablar de la novela de aventuras, sino de la propia aventura que supone escribir una novela. Reconozco que cuando descubro las gestas de aquellos viajeros que suben las cumbres del Himalaya o llegan hasta las islas más remotas de los océanos siento envidia. Me hubiera gustado hacer lo que ellos, pero no me ha sido posible. Sin embargo, he descubierto otra manera de vivir la aventura que es menos costosa y que apenas exige de desgaste físico, pero también ofrece situaciones de temor, angustia y a veces depara hermosas recompensas. Escribir una novela es una aventura, al menos para mí, porque sé del lugar donde parto y al sitio donde quiero llegar, pero desconozco todo aquello que me puedo encontrar a lo largo del camino. Cuando escribo teatro o cuentos no tengo esa sensación, porque en el primero el terreno está acotado y en los cuentos tengo toda la historia en la mente cuando comienzo a escribir. En la novela me sitúo en la entrada de la selva, sé que muchos kilómetros más adelante hay una salida y tengo un plano con unas pocas notas sobre el terreno que voy a transitar; pero no tengo ni idea de lo que me puedo encontrar en el camino. Sé que esta forma de trabajar conlleva meterse en muchos laberintos en los que no siempre se puede encontrar la salida, pero siento que la historia está mucho más viva. Supongo que también es más fácil cometer errores que pueden ser fatales, lo que me obliga a estar mucho más alerta y a volver atrás cuando alguna de las decisiones que he tomado resultan erróneas. Algunas veces me he planteado que voy a trabajar de otra manera, contando con una planificación previa en la que desglose todo el camino que tengo que recorrer antes de ponerme a escribir. He hecho algún intento de aplicar este método racional, pero acabo abandonando a los pocos días. Supongo que en el fondo me gusta tener la misma capacidad de sorpresa cuando escribo que cuando leo una hermosa historia.
Durante ese largo camino voy conociendo a fondo a los protagonistas y el entorno donde la ubico. Eso supone que cuando llego al final de la redacción tenga que volver inmediatamente al principio para aplicar todo aquello que he ido aprendiendo a lo largo de la aventura que he vivido junto a mis personajes. Una vez conocido el camino para cruzar la selva, llega el momento de recrearme contemplando el paisaje y de buscar aquellos detalles que den la forma definitiva a la novela que estoy construyendo.
En el fondo la novela, aunque se la quiera revestir de mucha trascendencia, no deja de ser un juego de nuestra mente, tanto para el escritor como para el lector.

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