domingo, 4 de enero de 2009

¿Por qué escribo? II

El complejo camino a la novela

Privado de ingresos y sin derecho a percibir el paro porque era autónomo y no me atreví a denunciar ese despido improcedente, comencé un largo periodo de crisis donde hube de renunciar a casi todo lo que había logrado. Como no quería buscar trabajo en nada que estuviera relacionado con la publicidad, y dudaba de mi propia capacidad como fotógrafo, decidí apostar por convertirme guionista, en una decisión que estaba motivada por el resentimiento porque no tenía ningún fundamento para pensar que esa metamorfosis pudiera realizarla en pocos meses.
En ese momento hubiera aceptado con gusto los cambios que me habían impuesto para rodar mi guión, pero no tuve valor para llamar y pedir otra oportunidad. Poco después me puse en contacto con una agencia de guionista, confiando en que ellos me representaran, pero tan solo me ofrecieron hacer una prueba para entrar de guionista en Médico de familia. Como nunca había visto la serie, tuve que comprar un horroroso libro donde se contaba cómo se hizo la serie. Para la prueba me habían pedido que escribiera una escena humorística y otra dramática, pero yo les presenté el guión de un capítulo completo. Un par de semanas más tarde los responsables de la productora justificaron su rechazo diciendo que yo no me adaptaría a trabajar en equipo. Entonces me molestó esa respuesta, aunque ahora creo que tenían razón porque soy incapaz de escribir algo compartido, y menos aún cuando el fin principal es complacer a la audiencia. Creo que aquel fue mi último intento de escribir guiones porque comenzaba a rondarme la idea de dar un paso más y pasarme a la narrativa, puesto que los guiones eran historias en las que debían trabajar otros para que llegaran a concretarse, mientras en el cuento y en la novela todo el proceso estaría en mis manos.
Para dar ese paso, que más parecía un farol de alguien desesperado, no me bastaba con sentarme a escribir lo que me rondara por la cabeza y echarle horas, necesitaba aprender a narrar y paliar mis lagunas gramaticales. Entonces me hubiera gustado matricularme en una escuela literaria, pero el precio era prohibitivo y mis ahorros menguaban a gran velocidad, a pesar de la vida casi monacal que llevaba. Me había trasladado a una vieja portería carente de luz natural y sobrada de frío y humedad donde me pasaba más de doce horas diarias sentado frente al ordenador, y para evitar la desesperación de pensar que era inútil lo que estaba haciendo porque a nadie le iban a interesar las historias que yo contara, me decía que algún día, cuando mi vida hubiera cambiado, recordaría con cariño aquel duro aprendizaje.
A un lado de la mesa tenía el libro de gramática y un diccionario, y al otro, el guión que había escrito para el actor famoso y que elegí para trasformar en novela porque pensaba que era una historia en la que me habían quedado muchas cosas que contar. Cuando el camino habitual es adaptar las novelas a guión, yo había elegido el proceso inverso. Lo pasé mal porque continuamente pensaba que sería incapaz de terminar ese trabajo y que nunca podría escribir una novela porque mi única virtud era cierta agilidad para escribir diálogos, mientras los novelistas eran unos elegidos entre los que no se podría incluir un fotógrafo fracasado.
Supongo que si hubiera tenido otra opción laboral habría abandonado, pero me había cerrado todas las puertas y no me quedaba más remedio que perseverar en esa quimera. Finalmente conseguí terminar mi primera novela: «La futura memoria». También escribí algunos cuentos y un relato que considero muy importante en mi trayectoria y con el que varios años después gané el premio Dulce Chacón de novela corta: «Memorias de un paraguas».
Por aquella época acudí a Almagro para hacer fotos del último montaje de la compañía del Corral de Comedias. Viéndoles trabajar en el escenario, me di cuenta de que el teatro era un género literario en el que podría defenderme con cierta solvencia, y en poco tiempo escribí mi primeras obra, junto a una versión libre de «La Posadera» de Carlo Goldoni, que fue mi primer trabajo estrenado y que se sigue representando después de once años. Aquel encuentro supuso que cerrara mi vida en Madrid y que me trasladara a Almagro para emprender una nueva aventura, y donde los distintos trabajos que he realizado para la compañía de teatro, desde adaptación de textos, fotografía, técnico, encargado de sala y taquillero me han permitido seguir adelante con mi carrera literaria sin sentirme agobiado, algo a lo que también han contribuido los distintos premios que he recibido durante estos años.
Algunos lectores me han dicho que les gustan mis libros porque los protagonistas llevan sus sueños hasta sus últimas consecuencias, algo que no suele ocurrir en la vida real. Yo no sé si he llevado mi quimera hasta sus últimas consecuencias porque en mis sueños de infancia y juventud no aparecía la literatura, aunque sí tuve un sueño poco tiempo después de que me echaran de la productora en el que era capaz de hacer fotografías sin cámara. Puede que sea una buena definición de la literatura que hago porque necesito ver lo que escribo, aunque sigo sin saber por qué lo hago. El título de este largo texto es ¿Por qué escribo? Supongo que lo hago porque inventar historias es la actividad más barata, divertida y gratificante que conozco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Francisco, compañero. No sé si he llegado a tu blog por causalidad. Hasta hace unos meses yo también viví con la sensación de provisionalidad que da la vida de guionista. Durante cinco años conseguí salir adelante y hace poco me fui por decisión propia, harto de escribir mal material por obligación de la productora. Desde entonces me dedico a dar cursos, organizar talleres y salir adelante, estoy contento pero aún tengo la sensación de que el suelo no es firme bajo mis pies. Enhorabuena por tu decisión, por tu trayectoria y por la paz que transmite tu tienda de Almagro. Un saludo compañero.
Pablo

Francisco Romero dijo...

Hola Pablo. Supongo que debe ser terrible malgastar las palabras por capricho de la productora, pero mientras la televisión y el cine se hagan pensando en la audiencia, el papel de guionista será muy parecido al de un esclavo.

Fernando García Pañeda dijo...

Un relato excelente sobre ese abordaje en el mundo de la literatura.
Otros entramos de una manera más prosaica, pero con la misma pasión. A seguir luchando.
Un saludo.